sábado, 17 de marzo de 2012

Capítulo 22: Elmer Bernstein y John Sturges (1960-1974)


  • Elmer Bernstein: 4 de abril de 1922 (Nueva York) - 18 de agosto de 2004 (Ojai, California).
  • John Sturges: 3 de enero de 1910 (Oak Park, Illinois) - 18 de agosto de 1992 (San Luis Obispo, California).
Orquestadores habituales: Jack Hayes y Leo Shuken.
   Si se realiza una comparación, por ejemplo, con los binomios formados por John Williams y Steven Spielberg, Jerry Goldsmith y Joe Dante, Maurice Jarre y David Lean o Howard Shore y David Cronenberg, todos ellos caracterizados por una fidelidad incuestionable, el formado por Elmer Bernstein y John Sturges se sitúa a una gran distancia en relación a la asiduidad de las colaboraciones. Bernstein es el autor de más de 200 bandas sonoras entre televisión y cine, y Sturges es el realizador de más de 40 largometrajes. En tan dilatadas carreras sólo han coincidido en 6 producciones, sin embargo su atractivo y su repercusión mediática han hecho de su vínculo profesional uno de los más reconocidos entre el gran público.
   Elmer Bernstein nació en el seno de una familia de emigrantes judíos provenientes de la Europa del este. Preocupados por dar a su hijo una educación artística, desde niño recibió clases de actuación, pintura, danza y música, pero esta última pronto eclipsaría al resto. Con doce años recibiría clases de la pianista Henrietta Michelson, quien, al comprobar el especial talento del joven Elmer en la improvisación y la composición, le concertó un encuentro con Aaron Copland, por aquel entonces (mediados de los años 30) una de las figuras más importantes del ámbito musical norteamericano. Consciente de sus sorprendentes virtudes, le animó a perfeccionar sus capacidades centrándose en la composición. De 1939 a 1942 estudió Música en la Universidad de Nueva York, pero tuvo que interrumpir sus estudios al ser llamado al servicio militar. En el ejército fue asignado a los servicios especiales, en concreto la escritura de partituras ambientales para la Army Air Corps Radio. Tras licenciarse una vez concluido el conflicto bélico, fueron años complicados para Bernstein pues no consiguió ningún trabajo como compositor, por lo que se vio obligado a dar conciertos para piano, profesión que fue su primera opción como profesional en los años 30. No obstante, la suerte llamó a su puerta a principios de la década de los 50 cuando el presidente de Columbia Pictures, Sidney Buchman, le llamó para componer la banda sonora de la película de 1951 protagonizada por Donna Reed y John Derek Saturday's hero, un drama deportivo de serie B. En plena Era Dorada de Hollywood, Elmer Bernstein encontró por fin su lugar en la meca del cine, rodeado de grandes músicos que le inspiraban y le motivaban día tras día a ser cada vez mejor autor. Con 30 años tenía todo el mundo por delante y, aunque sus primeros scores correspondieron a filmes relativamente menores, sabía que la paciencia era su mejor arma. Su segunda gran oportunidad le llegó en 1955 gracias al hermano del prestigioso realizador Otto Preminger, quien le recomendó para El hombre del brazo de oro tras haber escuchado una de sus bandas sonoras iniciales. Su composición, apasionadamente jazzística, le supuso su primera nominación al Oscar y, como es lógico, las llaves de las puertas de todos los estudios. Un año después, Cecil B. de Mille le contrataría para escribir la música de las danzas de Los Diez Mandamientos, pero debido a la grave enfermedad del compositor principal, Victor Young, acabaría siendo finalmente contratado para realizar la banda sonora completa. "Por fortuna, estaba bastante entrenado en componer obras sinfónicas, porque mi formación es clásica, por lo que pude salir airoso del reto". Su enorme éxito implicaría su asentamiento definitivo en la Industria.
    Con posterioridad llegarían trabajos tan destacables como La colina de los diablos de acero (1957), Deseo bajo los olmos (1958), Los bucaneros (1958) o   Como un torrente (1958). No sería hasta 1960 que, de manera definitiva, Elmer Bernstein se afianzara como autor de gran prestigio gracias al western Los siete magníficos (The magnificent seven). Su director, John Sturges, era considerado uno de los cineastas más sólidos de Hollywood, muy al estilo de realizadores como Michael Curtiz o Anthony Mann, todos ellos caracterizados por conjuntar con gran prestancia profesionalidad y sentido de lo artístico. Sturges ya había dirigido con anterioridad películas ambientadas en el lejano oeste como El sexto fugitivo (1956), Duelo de titanes (1957) o El último tren de Gun Hill (1959), todas ellas protagonizadas por personajes de fuerte masculinidad. Con Los siete magníficos Sturges, secundado por los productores independientes Walter Mirisch y Leo Morheim, realizaron una particular traslación al universo norteamericano del clásico japonés de Akira Kurosawa Los siete samuráis (1954). En esta ocasión, la acción se sitúa en una pequeña y humilde aldea mejicana fronteriza que se ve asediada por un grupo de bandidos que los esquilman, por lo que se ven obligados a utilizar la fuerza para defenderse, aunque finalmente deciden contratar a siete mercenarios para proteger a sus familias. El compositor más previsible para componer el score era Dimitri Tiomkin, pues ya había colaborado recientemente con Sturges en Duelo de titanes, El viejo y el mar y El último tren de Gun Hill. Sin embargo, Sturges optó por el joven Elmer Bernstein, quien con anterioridad sólo había escrito la música de los westerns Cenizas de odio y Cazador de fugitivos, ambos en 1957. "Mi filosofía siempre fue la de aprender todo tipo de música, la de tratar hacer de todo: música popular, folclórica o de otros países. Creo que eso me ayudó a tener una buena base para trabajar en todo tipo de películas". Su importante bagaje temático desde el punto de vista tradicional (folk) fue el cimiento de la creación de la línea melódica de Los siete magníficos, protagonizada por un emblemático tema central ('Main titles'), reiterado a lo largo de la partitura en las escenas más significativamente épicas, y que, con el paso del tiempo, se ha convertido, junto a Horizontes de grandeza (Jerome Moross), La conquista del oeste (Alfred Newman) y La muerte tenía un precio (Ennio Morricone), en representante del cine del oeste. 
   Sus orígenes familiares europeos siempre han sido una fuente de inspiración para Bernstein. De hecho, en Los siete magníficos, a pesar de tratarse de una obra eminentemente norteamericana, se siente ese aroma de la cultura popular que de niño aprendió en su hogar gracias a las canciones que le enseñaba su abuela. "La esencia europea la utilicé cuando me embarqué en la posproducción de Los siete magnificos. La película me encanta, pero si se ve sin música se puede constatar que se desarrolla con lentitud. Así que apliqué lo que me enseñó de Mille, que me dijo que era necesario impregnar a una película de gran energía para dotarla de más vitalidad". La banda sonora se abre con el mencionado tema 'Main titles', deudor del estilo "americana" de Aaron Copland, su mentor en sus años de estudiante de piano. De hecho, el propio Copland desarrolló su conocido estilo populista en un viaje a Méjico a principios de los años 30 invitado por su colega Carlos Chávez. Impresionado por el ambiente político, social y, sobre todo, cultural del país, vio cómo su lenguaje musical daba un singular giro estilístico influido por la tradición mejicana y sus danzas populares. En realidad, sus obras de concierto más notables toman como base dicho influjo, tales como Rodeo, El Salón Méjico, Billy the kid o el score cinematográfico de 1948 El pony rojo. Los siete magníficos continúa esta línea de raíces latinas en la práctica totalidad de la banda sonora, en especial en temas como 'Fiesta and celebration', 'Council' o el ibérico 'Toro'. Otros cortes como el amenazante y oscuro 'Calvera's visit', el jubiloso arreglo del tema principal 'The journey' o el inevitable apunte romántico 'Petra's declaration' demuestran que nos encontramos ante un score de gran creatividad cuya más importante virtud es ser capaz de resaltar profundamente las virtudes del filme.
   Tras el éxito internacional de Los siete magníficos, aunque en Estados Unidos fue en su estreno un rotundo fracaso comercial, con su siguiente proyecto Sturges se adentró en el melodrama romántico recargado con la adaptación de la novela de James Gould Cozzens Brotes de pasión (By love possessed, 1961). Protagonizado por una exuberante Lana Turner, el filme, centrado en una apasionada mujer que ve cómo su vida se tambalea cuando su hija asesina a su amante,  supone un importante giro en la filmografía del realizador norteamericano, habituado a argumentos muy alejados de la temática amorosa. Sin embargo, Elmer Bernstein sí tenía experiencia dentro del género gracias a scores como The view from Pompey's Head o Como un torrente, caracterizados por seguir una línea musical muy expresiva apoyada en la energía de un poderoso tema principal. Con Brotes de pasión reitera dicho propósito temático abriendo el score con un 'Main title' muy emocional dominado por el poder de convicción de las cuerdas. La sensualidad del argumento y de su protagonista se fortifica mediante el empleo de un jazz voluptuoso ('Sex Hex', 'Timber's jazz') que recuerda obras anteriores como El hombre del brazo de oro, pero en esta ocasión de una manera más cálida. 
   Una muchacha llamada Tamiko (A girl named Tamiko, 1962) fue el posterior filme de Sturges y Bernstein, un nuevo melodrama en esta oportunidad basado en la novela escrita por Ronald Kirkbride, que cuenta las rocambolescas desventuras de un fotógrafo euroasiático que finge estar enamorado de diversas mujeres norteamericanas con el único objetivo de conseguir la nacionalidad estadounidense. Protagonizado por Laurence Harvey y la actriz francesa France Nuyen, Una muchacha llamada Tamiko ofrece a Bernstein la oportunidad de firmar una banda sonora que incide en los temas de procedencia popular y folclórica, muy en la línea de Los siete magníficos, pero ahora con la ambientación asiática. Parte de un 'Main title' que se abre de manera enfática, casi como si se tratase de una superproducción, para continuar con la introducción del tema de amor que impregna casi todo el score en forma de constantes y coloristas variaciones. El jazz vuelva a estar  presente como es típico en gran parte de los largometrajes contemporáneos, tan influidos por el estilo Mancini, aunque Bernstein se decante por unos aires mucho menos aterciopelados y sí más académicos, en cierta manera siguiendo la línea de Alex North.
   El favor de la taquilla retornará al año siguiente con una de las películas más carismáticas de la historia del cine: La gran evasión (The great escape, 1963). Con un reparto de campanillas encabezado por Steve McQueen, James Garner, Richard Attenborough, Charles Bronson, Donald Pleasance, James Coburn y James Donald, narra la historia de un grupo de oficiales ingleses y estadounidenses, recluidos en un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, que deciden planear una masiva fuga. Sturges combina acción, aventura y comedia de manera ejemplar, sin apenas irregularidades en el desarrollo de la trama, beneficiándose no sólo de un magnífico guion escrito por el prestigioso novelista James Clavell (Shogun, Tai-Pan), sino, una vez más, por la marcial y pegadiza música de Elmer Bernstein. Toma como referente central un 'Main title' juguetón protagonizado por los instrumentos de viento cuya apariencia militar no es más que una excusa para decir al espectador que, en el fondo, nos encontramos ante un divertimento. Pero su música va mucho más allá de lo jocoso, pues también es conocedor, como gran ambientador que es, del componente trágico de la realista historia, por lo que, aparte de recrearse en los aspectos ligeros, profundiza a la vez en el drama personal de unos hombres que luchan constantemente por sobrevivir. 
   La estrambótica novela de William Gullick La batalla de las colinas del whisky (The Hallelujah Trail, 1965) supone el regreso de Sturges y Bernstein al western, pero ahora en forma de alocada comedia protagonizada por el coronel Thadeus Gearhart (Burt Lancaster), encargado de conducir una caravana cargada con whisky rumbo a la desabastecida ciudad de Denver. En el camino se topará con unos "sedientos" sioux dispuestos a todo para conseguir el preciado líquido. Tras Los siete magníficos y la reciente La gran evasión, Bernstein se encontraba ante un nuevo y apasionante reto: volver a escribir un tema de gran calado y fácil retentiva, melódico representante de la película. Apoyándose en la irónica letra de Ernie Sheldon, compuso un tema central, 'Hallelujah Trail', en forma de vigorosa canción para coro de 40 voces que es imposible no retener gracias a su tono vitalista. Mezcla de gospel y tonos "americana", la melodía retoma el espíritu tradicional que impregnará todas sus bandas sonoras del género del oeste. Un tono folk aderezado de un imponente sinfonismo clásico que, en el caso de La batalla de las colinas del whisky, redunda en el dinamismo de unas melodías brillantes y llenas de contagiosa alegría.
   Desde 1965 hasta el último encuentro entre Sturges y Bernstein pasarían nueve años en los que el director nacido en Illinois realizaría seis nuevos largometrajes (Estación 3 ultrasecreta, La hora de las pistolas, Estación Polar Cebra, Atrapados en el espacio, Joe Kidd y Caballos salvajes), trabajando con compositores de la talla de Jerry Goldsmith, Michel Legrand o Lalo Schifrin. Por su parte, Bernstein escribiría scores como La sombra de un giganteHawaii, Millie,una chica moderna (su único Oscar de la Academia) o Valor de ley. En febrero de 1974 tendría lugar la première de McQ, uno de los últimos filmes protagonizados por el mítico John Wayne, actor para el que Bernstein compondría la música de seis filmes, y el penúltimo de John Sturges. En McQ interpreta a un teniente de la policía que, al investigar el asesinato de su mejor amigo, acaba descubriendo una trama de corrupción. Inspirándose en la obra de Lalo Schifrin y Quincy Jones, auténticos especialistas del thriller, Bernstein desarrolló una línea melódica basada en una combinación de música incidental orquestal tradicional, funk, pop y free jazz, en boga gracias a la multitud de series de televisión con ambientación policiaca. Sobresale su cadencioso y sugerente tema central, 'In Seattle', leitmotif modélico dentro del género.

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