- James Newton Howard: 9 de junio de 1951 (Los Ángeles).
- M. Night Shyamalan: 6 de agosto de 1970 (Mahé, India).
Orquestadores habituales: Brad Dechter, Pete Anthony y Jeff Atmajian.
Tras el abrumador éxito de El sexto sentido
(recaudó a nivel mundial cerca de 700 millones de dólares), M. Night Shyamalan
contó para su siguiente aventura cinematográfica, El protegido (Unbreakable,
2000), con un desorbitado presupuesto de 75 millones de dólares y, pese a que
la taquilla no le fue esquiva, los resultados finales estuvieron lejos de lo
esperado. Para subrayar musicalmente la enigmática historia de David Dunn
(Bruce Willis), superviviente de un accidente de tren que acaba descubriendo
que posee poderes sobrenaturales, Shyamalan expresó a Newton Howard “sus ganas
de contar con un sonido más único, porque tenía la impresión de que, aunque en
la cinta el score de El Sexto Sentido
funcionaba estupendamente, no tenía una cualidad representativa”. De esta
manera, empezó “a escribir temas en este sentido y uno de ellos fue el que
acabó convirtiéndose en los créditos iniciales. Resultado de esta forma de
trabajo fue una gran cantidad de material que Night fue usando como banda sonora temporal mientras editaba la
película”. El protegido es una banda
sonora opuesta en lo melódico a El sexto sentido, pese a tratarse, en el fondo,
de una historia que toma como base el suspense. Newton Howard se muestra
consecuente con una línea argumental in crescendo que desemboca en un epílogo
de lúcida brillantez sinfónica, terreno en el que siempre se ha desenvuelto a
la perfección. De hecho, su género predilecto es el épico, y con El protegido
tuvo la oportunidad de exponer sus ideas melódicas próximas a lo heroico, en
especial en su tema ‘Mr. Glass / End title’, aunque sin dejar de lado aquellas
centradas en las relaciones familiares (‘Goodnight’, ‘Second date’), de marcado
matiz sentimental.
Las mieles del éxito volverán a dulcificar la carrera de Shyamalan con Señales (Signs, 2002), que supondrá, a su vez, una nueva y fructífera colaboración con la pareja Kennedy y Marshall. El protagonismo estelar de Bruce Willis deja paso a Mel Gibson, quien aporta su singular carisma a un argumento de ciencia-ficción (una nueva vuelta de tuerca sobre las invasiones alienígenas) demasiado superfluo. No obstante, el brillantísimo score de Newton Howard, desarrollado en su parte incidental mediante incesantes movimientos circundantes, realza el poder de unas imágenes que, sin su aportación, lucirían muy por debajo de lo esperado en un cineasta como Shyamalan, al menos hasta ese momento de su carrera. En un primer momento se decidió no incluir música hasta los últimos minutos de la cinta, "pero al final las películas de Night funcionan mucho mejor con música y siempre terminamos introduciéndola para que queden mejor". Newton Howard realiza además con Señales todo un sentido homenaje a la obra de Bernard Herrmann y Jerry Goldsmith, sus compositores de referencia; de hecho, los títulos iniciales de crédito son un tributo no intencionado a Herrmann y el diseño de los mismos fue modificado por el director una vez escuchada la música. Pero lo que hace de la banda sonora un referente de la música cinematográfica contemporánea es el apoteósico tema final 'The hand of fate', sublime tour de force orquestal y cumbre del estilo de Howard.
El bosque (The village, 2004) es la cuarta colaboración entre M. Night Shyamalan y James Newton Howard, a la vez que un retorno al género de terror, en esta ocasión oportunamente bañado de tintes pastoriles. La acción tiene lugar en un apartado pueblo rodeado por un inquietante bosque en el que parecen morar amenazantes criaturas. Pese a esta temática cercana a los cuentos tradicionales centroeuropeos, El bosque es, en realidad, una sencilla y emotiva historia de amor entre una chica invidente y un muchacho de serena timidez. El score cede casi en exclusiva el protagonismo al violín de Hilary Hahn (acreditada, por cierto, en los títulos iniciales), símbolo de la presencia del personaje interpretado por Bryce Dallas Howard. "Lo que intentaba representar en El bosque tiene una doble vertiente: por una parte, queríamos hacer referencia a la intimidad de las relaciones de los diferentes personajes y de la relación de amor que transcurre en el filme, manteniendo, en la medida de lo posible, una pequeña formación orquestal; por otra parte, lo que queria era representar la ruptura de la Villa, la agitación que esta utópica sociedad empieza a sentir, y pensé que sólo el violín podía llegar a transmitir, como único instrumento, tanto una historia como la otra". En El bosque, Newton Howard se distancia de su precedente, Señales, mucho más tenebroso, para ofrecernos en esta ocasión una partitura más melancólica, lánguida y afligida. La presencia casi constante, en continuos ostinatos, del violín hace que se realce el componente frágil de la música, huyendo de las reglas elementales del género de terror.
Con su siguiente película, La joven del agua (Lady in the water, 2006), el realizador hindú inició un declive notorio en su carrera, un punto de inflexión que ha hecho del resto de sus largometrajes una especie de diana dañina tanto para crítica como para público, inusitadamente unidos en su criterio contra Shyamalan. La mezcla irregular de drama, comedia, suspense y fantasía no fue del gusto general, lo que provocó que el filme resultara un importante fracaso comercial, debido, sobre todo, a su exagerado presupuesto: 75 millones de dólares. Para narrar musicalmente la historia de una especie de ninfa que vive en la piscina de un complejo de apartamentos de los suburbios de Filadelfia, Newton Howard se decantó por la temática lírica para potenciar el componente fantástico. La mayor parte del score es de carácter incidental, y se apoya en la cuerda y en las voces femeninas, para desembocar con posterioridad en la recurrente eclosión enfática típica de los argumentos basados en la sorpresa final. Así, el epílogo, especificado en el tema 'The great Eatlon', vuelve a reflejar la pasión de Newton Howard por los motivos de gran fuerza orquestal cuyo indudable carisma no se traduce, al menos en esta ocasión, en la deseada perfecta simbiosis con las imágenes.
Durante un viaje en coche desde Nueva York hasta Filadelfia, M. Night Shyamalan tuvo la idea principal del que sería su octavo largometraje: El incidente (The happening, 2008). Inspirado por los grandes clásicos del fantástico y el terror de los años 50 y 60, tales como La invasión de los ladrones de cuerpos, Los pájaros o La noche de los muertos vivientes, Shyamalan narra una historia de carácter apocalíptico que evoluciona de manera muy desigual a lo largo del metraje. Una vez más, el score de Newton Howard va más allá de un relato en exceso alargado y se desmarca del filme, consciente o inconscientemente, situándose muy por encima de un argumento endeble. El incidente es una de las obras más complejas en cuanto el estilo del músico californiano, pues, en lugar de decantarse por una línea predecible en la que los temas se sucedieran de forma irrelevante, toma partido por una instrumentación áspera, de contornos oscuros y sólo deja vez de manera tenue la luz en muy pocos momentos. Cercana al universo del Herrmann más tenebroso, e indirectamente al de Goldsmith, la banda sonora resulta un ejercicio brillante y profundamente adusto.
La penúltima película de Shyamalan es la superproducción fantástica Airbender, el último guerrero (The last Airbender, 2010). Con un presupuesto de 150 millones de dólares, y una recaudación a nivel mundial de más de 300, el filme es una ingenua adaptación de la serie de animación estadounidense Avatar: The last Airbender. Cuento épico muy influido por la literatura de J.R.R. Tolkien, aparte de los clásicos medievales, Airbender, el último guerrero resultó un importante fracaso artístico y crítico, y, hasta cierto punto, personal para Shyamalan. No obstante, James Newton Howard tuvo la gran oportunidad de firmar su ansiado score épico definitivo (Mensajero del futuro, Waterworld, Atlantis o King Kong también inciden en la temática legendaria), y para ello recurrió a, nada más y nada menos, que seis orquestadores (Pete Anthony, Jim Honeyman, Jon Kull, Conrad Pope, John Ashton Thomas y Marcus Trumpp). De esta forma, la partitura se ve beneficiada de una múltiple labor en la instrumentación que potencia el componente espectacular de la obra. Percusión, coros y viento brillan en todo su fulgor, y, pese a ciertas reminiscencias del tema central de Danny Elfman para Hulk, Airbender, el último guerrero constituye un sobresaliente tour de force musical de carácter solemne y ceremonial, intensificado por un enérgico dramatismo muy puntual.
After Earth (2013) es el capítulo final, hasta el momento, en esta apasionante odisea vivida por Shyamalan y Newton Howard. El filme se sitúa en un futuro muy lejano, en concreto mil años después de que los humanos, debido a una serie de cataclismos naturales, se vieran obligados a abandonar su planeta natal, afincándose en un nuevo hogar, Nova Prime. La historia se centra en dos personajes principales, el general Cypher Raige y su hijo, quienes por culpa de un accidente espacial acaban aterrizando en la Tierra, ahora un lugar inhóspito y lleno de peligros. La partitura de Newton Howard, por desgracia, parece sufrir del mal que aqueja a la mayoría de las bandas sonoras actuales: la ausencia de melodías carismáticas. After Earth resulta una creación que ahonda en lo aparatoso, en una instrumentación dominada por la percusión más reiterativa y previsible acompañada, con desigual fortuna, por unos metales que aunque desprenden intensidad, en el fondo se rinden a los cánones más obvios. No obstante, hay en el score momentos de innegable belleza e inspiración, pero son meros resplandores efímeros que, al final, hacen que la añoranza de tiempos pasados (y más felices) acabe imperando.
Diez películas conforman la filmografía del
realizador hindú (aunque criado en los Estados Unidos, y más en concreto en la
ciudad de Filadelfia) M. Night Shyamalan. Desde 1992, con Praying with anger,
hasta la reciente After Earth (2013), su cine está marcado
por un estilo de intenso academicismo que no oculta unos fervientes deseos por
encontrar vías menos tradicionales y más cercanas a lo innovador. Admirador
desde su juventud de Steven Spielberg, su influencia es evidente en toda su
obra, en especial en su tratamiento visual, lo cual se observa muy
especialmente a partir de El sexto sentido, el filme que le abrió todas las
puertas del mundo de Hollywood y que le valió sus dos únicas nominaciones al
Oscar. Con anterioridad, Shyamalan dirigió dos largometrajes menores, el
mencionado drama Praying with anger (1992) y la comedia familiar Los primeros
amigos (1998), ambos con música de Edmund Choi, autor que tan sólo ha escrito
seis scores para la gran pantalla. Para su siguiente proyecto, El
sexto sentido (The sixth sense, 1999), contó con la inestimable
colaboración de dos de los más reputados productores de la Industria, Kathleen
Kennedy y Frank Marshall, habituales en la filmografía de Spielberg. Asombrados
por el guion de Shyamalan, que ofrecía una nueva percepción del cine de terror,
de sorprendente realismo y con unas ingeniosas dosis de espiritualidad que
evitaban a las tradicionales historias del género, decidieron poner en marcha una
historia que acabaría convirtiéndose en uno de los mayores éxitos de la década
de los 90. En un principio Shyamalan no se mostró demasiado contento con la
música original (durante algún tiempo se insinuó que fue obra de Marco
Beltrami, aunque en diferentes entrevistas el músico neoyorquino siempre lo ha
negado), por lo que Frank Marshall le sugirió a James Newton Howard, con el que
había trabajado en ¡Viven! en 1993. Según cuenta el músico californiano en una
entrevista concedida a la web BSOSpirit, y realizada por Pablo Nieto y Sergio
Benítez, “Frank Marshall y Kathy Kennedy, los productores de El Sexto Sentido, fueron los que en
primer lugar contactaron conmigo... Night
había estado trabajando con otro compositor pero tenía serias dudas acerca del
trabajo que éste había realizado y quería cambiarlo. Frank y Kathy
habían trabajado anteriormente conmigo y le sugirieron a Night que por qué no pensar en mí como
el sustituto. Así lo hizo, y fui invitado a un pase de la película en Disney... y quedé muy impactado con lo
que vi. La película contaba con un score temporal a base de música de Penderecki y Ligeti. Tuvimos gran cantidad de conversaciones telefónicas y al
final decidimos trabajar juntos. El resultado de ello fue que tuve cinco
semanas para escribir la partitura en Filadelfia (donde Night siempre termina sus películas). Como era nuestro primer
trabajo juntos lo que hice fue escribir muchas demos y él iba diciéndome qué impresiones
tenía de una y otra”. El score de Newton
Howard se caracteriza por una atemperada sobriedad que parece desear huir de
los cánones más típicos y centrarse en el desarrollo de una línea melódica que
aúna lo sentimental y lo tenebroso, pero sin excederse en ninguno de los dos
ámbitos. Director y músico eran conscientes de las diferentes variables y
dimensiones que reflejaba el argumento, y la gran complejidad a la hora de
trasladarlo al pentagrama no fue
obstáculo para Newton Howard, quien partió de dos ideas principales: la
presencia casi constante de la amenaza y las relaciones entre los tres
personajes principales. Asimismo, los efectos de sonido, que incluyen gemidos,
llantos o gritos, se configuran como auténticos caracteres que aportan
espiritualidad y emotividad. Cortes como el insinuante ‘De profundis’, el
amenazante ‘Suicide ghost’ o el clarificador ‘Malcolm is dead’ ejemplifican una
obra que describe a la perfección la diversidad dimensional de una historia más
allá de lo escalofriante.
Las mieles del éxito volverán a dulcificar la carrera de Shyamalan con Señales (Signs, 2002), que supondrá, a su vez, una nueva y fructífera colaboración con la pareja Kennedy y Marshall. El protagonismo estelar de Bruce Willis deja paso a Mel Gibson, quien aporta su singular carisma a un argumento de ciencia-ficción (una nueva vuelta de tuerca sobre las invasiones alienígenas) demasiado superfluo. No obstante, el brillantísimo score de Newton Howard, desarrollado en su parte incidental mediante incesantes movimientos circundantes, realza el poder de unas imágenes que, sin su aportación, lucirían muy por debajo de lo esperado en un cineasta como Shyamalan, al menos hasta ese momento de su carrera. En un primer momento se decidió no incluir música hasta los últimos minutos de la cinta, "pero al final las películas de Night funcionan mucho mejor con música y siempre terminamos introduciéndola para que queden mejor". Newton Howard realiza además con Señales todo un sentido homenaje a la obra de Bernard Herrmann y Jerry Goldsmith, sus compositores de referencia; de hecho, los títulos iniciales de crédito son un tributo no intencionado a Herrmann y el diseño de los mismos fue modificado por el director una vez escuchada la música. Pero lo que hace de la banda sonora un referente de la música cinematográfica contemporánea es el apoteósico tema final 'The hand of fate', sublime tour de force orquestal y cumbre del estilo de Howard.
El bosque (The village, 2004) es la cuarta colaboración entre M. Night Shyamalan y James Newton Howard, a la vez que un retorno al género de terror, en esta ocasión oportunamente bañado de tintes pastoriles. La acción tiene lugar en un apartado pueblo rodeado por un inquietante bosque en el que parecen morar amenazantes criaturas. Pese a esta temática cercana a los cuentos tradicionales centroeuropeos, El bosque es, en realidad, una sencilla y emotiva historia de amor entre una chica invidente y un muchacho de serena timidez. El score cede casi en exclusiva el protagonismo al violín de Hilary Hahn (acreditada, por cierto, en los títulos iniciales), símbolo de la presencia del personaje interpretado por Bryce Dallas Howard. "Lo que intentaba representar en El bosque tiene una doble vertiente: por una parte, queríamos hacer referencia a la intimidad de las relaciones de los diferentes personajes y de la relación de amor que transcurre en el filme, manteniendo, en la medida de lo posible, una pequeña formación orquestal; por otra parte, lo que queria era representar la ruptura de la Villa, la agitación que esta utópica sociedad empieza a sentir, y pensé que sólo el violín podía llegar a transmitir, como único instrumento, tanto una historia como la otra". En El bosque, Newton Howard se distancia de su precedente, Señales, mucho más tenebroso, para ofrecernos en esta ocasión una partitura más melancólica, lánguida y afligida. La presencia casi constante, en continuos ostinatos, del violín hace que se realce el componente frágil de la música, huyendo de las reglas elementales del género de terror.
Con su siguiente película, La joven del agua (Lady in the water, 2006), el realizador hindú inició un declive notorio en su carrera, un punto de inflexión que ha hecho del resto de sus largometrajes una especie de diana dañina tanto para crítica como para público, inusitadamente unidos en su criterio contra Shyamalan. La mezcla irregular de drama, comedia, suspense y fantasía no fue del gusto general, lo que provocó que el filme resultara un importante fracaso comercial, debido, sobre todo, a su exagerado presupuesto: 75 millones de dólares. Para narrar musicalmente la historia de una especie de ninfa que vive en la piscina de un complejo de apartamentos de los suburbios de Filadelfia, Newton Howard se decantó por la temática lírica para potenciar el componente fantástico. La mayor parte del score es de carácter incidental, y se apoya en la cuerda y en las voces femeninas, para desembocar con posterioridad en la recurrente eclosión enfática típica de los argumentos basados en la sorpresa final. Así, el epílogo, especificado en el tema 'The great Eatlon', vuelve a reflejar la pasión de Newton Howard por los motivos de gran fuerza orquestal cuyo indudable carisma no se traduce, al menos en esta ocasión, en la deseada perfecta simbiosis con las imágenes.
Durante un viaje en coche desde Nueva York hasta Filadelfia, M. Night Shyamalan tuvo la idea principal del que sería su octavo largometraje: El incidente (The happening, 2008). Inspirado por los grandes clásicos del fantástico y el terror de los años 50 y 60, tales como La invasión de los ladrones de cuerpos, Los pájaros o La noche de los muertos vivientes, Shyamalan narra una historia de carácter apocalíptico que evoluciona de manera muy desigual a lo largo del metraje. Una vez más, el score de Newton Howard va más allá de un relato en exceso alargado y se desmarca del filme, consciente o inconscientemente, situándose muy por encima de un argumento endeble. El incidente es una de las obras más complejas en cuanto el estilo del músico californiano, pues, en lugar de decantarse por una línea predecible en la que los temas se sucedieran de forma irrelevante, toma partido por una instrumentación áspera, de contornos oscuros y sólo deja vez de manera tenue la luz en muy pocos momentos. Cercana al universo del Herrmann más tenebroso, e indirectamente al de Goldsmith, la banda sonora resulta un ejercicio brillante y profundamente adusto.
After Earth (2013) es el capítulo final, hasta el momento, en esta apasionante odisea vivida por Shyamalan y Newton Howard. El filme se sitúa en un futuro muy lejano, en concreto mil años después de que los humanos, debido a una serie de cataclismos naturales, se vieran obligados a abandonar su planeta natal, afincándose en un nuevo hogar, Nova Prime. La historia se centra en dos personajes principales, el general Cypher Raige y su hijo, quienes por culpa de un accidente espacial acaban aterrizando en la Tierra, ahora un lugar inhóspito y lleno de peligros. La partitura de Newton Howard, por desgracia, parece sufrir del mal que aqueja a la mayoría de las bandas sonoras actuales: la ausencia de melodías carismáticas. After Earth resulta una creación que ahonda en lo aparatoso, en una instrumentación dominada por la percusión más reiterativa y previsible acompañada, con desigual fortuna, por unos metales que aunque desprenden intensidad, en el fondo se rinden a los cánones más obvios. No obstante, hay en el score momentos de innegable belleza e inspiración, pero son meros resplandores efímeros que, al final, hacen que la añoranza de tiempos pasados (y más felices) acabe imperando.