viernes, 9 de marzo de 2012

Capítulo 21: Ernest Gold y Stanley Kramer (1958-1979)


  • Ernest Gold: 13 de julio de 1921  (Viena) - 17 de marzo de 1999 (Santa Mónica, California).
  • Stanley Kramer: 29 de septiembre de 1913 (Brooklyn, Nueva York) - 19 de febrero de 2001 (Woodland Hills, Los Ángeles).

Orquestador habitual: Gerard Schurmann.

   El binomio formado por Ernest Gold y Stanley Kramer es uno de los más representativos de los últimos años de la Era Dorada de Hollywood (Golden Age), y, en cierta manera, precursor de la consiguiente Era Plateada (Silver Age), situada a partir de la segunda mitad de la década de los 60. Aunque desde el punto de vista cinematográfico, la labor en la realización de Kramer tenga quizás mejor consideración crítica, es innegable también que la aportación musical de Gold resulta una de las más ajustadas de la historia al lenguaje de un director.
   Ernest Gold siempre sintió en su vida como compositor la enorme influencia de sus raíces europeas y, muy especialmente, vienesas. Admirado como uno de los últimos post-románticos, sobre todo en un momento (años 70 y 80) dominado por la creciente ola de atonalismo, sus partituras para el cine y la televisión nunca ocultaron su marcada preferencia por lo armonioso, pese a las inevitables incursiones en lo dodecafónico. Como la mayoría de los músicos provenientes del viejo continente tras la llegada de las dictaduras, nació en un enriquecedor ambiente musical; su abuelo, por parte materna, fue estudiante de Anton Bruckner y, con posterioridad, presidente de la Sociedad Amigos de la Música, asociación fundada por Johannes Brahms. Desde joven mostró una gran afición por el séptimo arte, y, sobre todo, por las bandas sonoras de compositores como Erich Wolfgang Korngold o Max Steiner. Incluso en muchas ocasiones iba al cine sólo para poder disfrutar con los scores de los músicos que admiraba. Formado en la prestigiosa Academia Vienesa de Música, estudió en ella hasta 1938, momento en el que, debido a sus orígenes judíos, se vio obligado a dejar junto a su familia su Austria natal. A la edad de 17 llegaron a  Nueva York, donde se introdujo en el mundo musical de la ciudad de los rascacielos presentando su Concierto para piano y orquesta, que, por desgracia, fue considerado poco adecuado para una audiencia demasiado académica. Este rechazo no le impidió perseverar en su gran obsesión: abrirse camino en el mundo del celuloide. Así, tomó rumbo a la ciudad de la fábrica de sueños: Hollywood. Era 1945 y, como todo joven compositor, empezó trabajando como arreglista y orquestador en las típicas producciones de serie B. La Columbia y la modesta Republic, especialista en westerns, le ofrecieron su primeros contratos dentro de la Industria en filmes menores como The girl of the Limberlost (1945), G.I. War brides (1946) o Wyoming (1947), estando en la mayoría de ellos sin acreditar. Fueron años de duro esfuerzo y gran paciencia, trabajando en la sombra y a la espera de una oportunidad que parecía no llegar nunca. De hecho, para Gold transcurrió más de una década sin conseguir ningún score de mínimo calado artístico. Sin embargo, sus orquestaciones para las películas de Nicholas Ray Llamad a cualquier puerta (1949) y En un lugar solitario (1950) hicieron que entablara amistad con el gran compositor George Antheil, quien sería, con posterioridad, quien le presentara al cineasta que marcaría el devenir de su carrera: el productor y director Stanley Kramer
   Criado en el barrio de Manhattan, desde niño tuvo ya contactos con el mundo del cine, pues su tío  trabajaba en la distribución de películas y su madre era secretaria de la Paramount. Abandonó la carrera de derecho cuando se le ofreció un contrato como guionista para la 20th Century Fox, trabajando posteriormente como productor en filmes de importante repercusión como El ídolo de barro, Cyrano de Bergerac, Hombres, Solo ante el peligroSalvaje o El motín del Caine. Tras la exitosa película protagonizada por Humphrey Bogart, Kramer decide producir y dirigir sus propios largometrajes, siendo el melodrama romántico No serás un extraño (1955) y la ambiciosa aventura épica rodada en España Orgullo y pasión (1957) los dos primeros. Ambos contaron con la composición musical de George Antheil, quien contrató como orquestador (y en el segundo caso director de la orquesta) a Ernest Gold, que fue recomendado un año más tarde por el propio Antheil para que escribiera la música de la que sería su primera banda sonora con el director neoyorquino: Fugitivos (The defiant ones, 1958). El filme fue un rotundo éxito de crítica y público, recibiendo dos premios de la Academia (fotografía en blanco y negro, y guion original), además de otras siete nominaciones, entre ellas dos para Kramer como director y productor. De este modo, el joven Gold (37 años) encontró la ansiada oportunidad no de firmar un score representativo y emblemático, sino de presentarse como autor más allá de participaciones sin acreditación directa. Sin embargo, la odisea de dos huidos de la justicia (Tony Curtis y Sidney Poitier) que se encuentran encadenados a una fuga con la esperanza como única meta, aparentaba, en una primera instancia, ser el marco idóneo para un score con grandes posibilidades dramáticas. Lamentablemente, Kramer optó por ceder el testigo musical al tema gospel 'Long gone', original de William C. Handy, que abre los títulos de crédito a modo de exposición de intenciones ambientales, y dejando en un alejadísimo segundo plano la participación de Gold, quien tuvo que conformarse con escribir  temas pop ligeros relacionados con los perseguidores (policías), y que, en realidad, son meras comparsas diegéticas que no aportan demasiada expresividad a la historia. 
   Con La hora final (On the beach, 1959) Kramer contó, como será, por cierto, muy común en su filmografía, con un plantel de actores de primer orden: Gregory Peck, Ava Gardner, Anthony Perkins y Fred Astaire. Sórdida y angustiosa película centrada en los días posteriores a un cataclismo nuclear que ha destruido el hemisferio norte de la Tierra y que, amenazante, se aproxima a las costas australianas, donde llega un submarino norteamericano en busca de supervivientes. En un principio, la banda sonora iba a ser escrita por George Antheil, pero debido a una enfermedad (acabaría falleciendo en febrero de 1959) Kramer optó por confiar en Gold. El músico vienés fue consciente de que La hora final era, ahora sí, su gran oportunidad de mostrar su ardiente talento y, pese a que el productor optó una vez más por utilizar una canción tradicional como referente (en esta ocasión 'Waltzing Matilda', el tema más popular en Australia, escrito por Andrew Barton Paterson), se dedicó en cuerpo y alma a la escritura de un score que no fuera demasiado dependiente del carismático tema principal. De este modo, se decantó por sutiles e ingeniosas variaciones que lo enriquecieron y que lo dotaron de aún mayor profundidad armónica. Asimismo, Gold subrayó la doble subtrama romántica mediante un tema de amor ('Pete and Mary', 'I love you') que, aunque en determinados momentos subordinado a 'Waltzing Matilda', contribuía a insuflar aires más cálidos y esperanzadores a una historia de gran intensidad trágica, que tiene en el corte 'The desolate city', claramente influenciado por el estilo de los compositores rusos de principios de siglo, su ejemplarizante álter ego tonal. Tanto estoicismo desde su llegada a Hollywood en 1945 le fue recompensado con su primera nominación al Oscar al mejor score original, así como un merecido Globo de Oro. A lo largo de su filmografía recibiría una estatuilla de la Academia californiana, en 1961, por el extraordinario trabajo para la superproducción de Otto Preminger Éxodo, además de otras tres nominaciones (una por El secreto de Santa Vittoria y dos por El mundo está loco, loco, loco).
   En noviembre de 1960 Stanley Kramer estrenó el drama judicial protagonizado por Spencer Tracy, Fredrich March y Gene Kelly La herencia del viento (Inherit the wind), basado en un hecho real acaecido en una pequeña población norteamericana en 1925 donde un profesor de Ciencias es denunciado por difundir entre sus alumnos la teoría de la evolución de Darwin. Kramer, muy al estilo John Ford, persistió en la inclusión en la banda sonora de temas tradicionales de la cultura de su país, en concreto 'Gimme me that old time religion' (canción gospel de finales del siglo XIX) y 'The battle hymn of the Republic' (original de Julia Ward Howe). La partitura de Ernest Gold volvió a verse reducida casi a la mínima expresión dramática, apareciendo en  escasos momentos de la acción y, por lo general, centrada en la descripción de la temática ambiental, siendo tan sólo un motivo de delicado desarrollo apoyado en el piano como referente instrumental.
   Tras el mencionado Oscar en 1961 por Éxodo, Gold se encontró de la noche a la mañana a sus 40 años en lo más alto del estatus profesional en Hollywood. El último atardecer fue su siguiente proyecto, un competente y polémico western protagonizado por Kirk Douglas y Rock Hudson deudor de su etapa en la Republic. A mediados del año volvió a recibir la llamada de su buen amigo Stanley Kramer para escribir el score del que acabaría siendo uno de los filmes sobre juicios más importantes de la historia del cine: ¿Vencedores o vencidos? (Judgment at Nuremberg, 1961). Al igual que en la precedente La herencia del viento, nos encontramos ante la narración de un  hecho real: en 1948 cuatro jueces alemanes cómplices de esterilización y limpieza étnica durante el conflicto bélico son juzgados en Nuremberg por una corte presidida por un juez norteamericano retirado (Spencer Tracy). Asimismo, Ernest Gold se topó con el encargo de volver a realizar un score basándose en la preponderancia de canciones tradicionales ('Lili Marleen') y marchas germanas ('Wenn wir marschieren'). Sin embargo, el músico vienés convenció a Kramer para incluir temas propios, en concreto 'Liebeslied', 'Care for me', 'Notre amour ne peut pas' y 'Du du', cuyo carácter ligero no es más que una excusa para representar la ambientación alemana. La música incidental, presente en temas como el oscuro 'Ghostly ruins', el melancólico 'Madame Betholt's' o el refinado 'Teat time in Berlin', inciden en la importancia del un subrayado escénico cuyo objetivo se sitúa más allá de lo puramente accesorio.
   La clave de la cuestión (Pressure point, 1962) es un caso curioso en la carrera de Kramer, pues en realidad se trata de una película dirigida por Hubert Cornfield en la que se reservó la realización de escenas secundarias de la trama,  centrada en dos protagonistas: un joven psiquiatra (Sidney Poitier) se enfrenta al desafío de su vida, un preso con tendencias neonazis (Bobby Darin). La partitura de Gold se adentra en la mente del enfermo mediante una línea melódica enérgicamente atonal ('Raw liver'), solamente aligerada con suaves pinceladas jazzísticas ('Main titles', 'Daddy issues') que sumergen al espectador en una muy sugerente desazón emocional a dos bandas de la que es difícil abstraerse.
   Uno de los mayores éxitos comerciales de Stanley Kramer fue, sin duda, su siguiente aventura cinematográfica: la alocada comedia protagonizada por su actor fetiche (junto a Poitier) Spencer Tracy El mundo está loco, loco, loco (It's a mad, mad, mad, mad world, 1963). Con un presupuesto de poco más de 6 millones de dólares, recaudó a nivel internacional unos 60. La película supone un giro de 180º en relación a la compleja La clave de la cuestión, pues el cineasta neoyorquino abandona las oscuras sinuosidades del drama psiquiátrico para adentrarse en el universo del slapstick cómico. Así, El mundo está loco, loco, loco rinde un sincero e hiperbólico homenaje a los artistas del cine mudo, en especial Charles Chaplin, Laurel y Hardy, Harold Lloyd y Buster Keaton, pero sin dejar de lado el cine de animación de la Warner o los guiones avispados de los filmes de los hermanos Marx. Tomando como macguffin un botín de trescientos mil dólares ocultos en el parque de Santa Rosita, la historia evoluciona en un in crescendo impetuoso del que los atribulados y atolondrados personajes son víctimas propiciatorias. Para describir la locura en la que se ven inmersos, Ernest Gold compuso un tema central memorable enriquecido con un sinfín de variaciones cada vez más ingeniosas. Escribir música cómica es una de las tareas más arriesgadas para un compositor cinematográfico, y Gold sale más que airoso de tan compleja aventura gracias no sólo al inolvidable tema principal sino, en especial, a toda la compleja estructura melódica de la banda sonora, la cual nunca decae en su afán de enfatizar la demencia pueril reinante en la historia. 
   El barco de los locos (Ship of fools, 1965) redunda en la idea típica del cine de los 60 y 70 de que para que una película resulte más convincente y atractiva para el gran público es necesario un reparto de altura. Kramer insistió en esta percepción tan cercana a su visión como productor en la historia (original de Katherine Anne Porter) de un grupo de acomodados pasajeros a bordo de un transatlántico que parte de la ciudad de Veracruz rumbo a la Alemania de la preguerra. Así, en el plantel de grandes estrellas nos encontramos a actores como Lee Marvin, Vivien Leigh, Oskar Werner, Simone Signoret o José Ferrer, quienes interpretan a una serie de personajes que desnudan sus almas mostrando sus miedos, frustraciones, esperanzas y amores en un viaje lleno de altibajos emocionales. "Cuando Stanley Kramer me pidió que compusiera la música de El barco de los locos, supe desde el principio que no era una asignación ordinaria. La acción tiene lugar a bordo de un barco donde un pequeño grupo de músicos entretiene al pasaje, intercalando música de baile cuando se la demandan. La mayor parte del score fue diseñado para apoyarse en modestas fuentes musicales, conformando el conjunto sólo tres componentes: piano, violín y violonchelo. Ello limitaba enormemente las posibilidades de crear una orquestación colorista, lo que suponía además un gran reto a la hora de ser creativo". Con esta afirmación Gold mostró su inquietud ante el mencionado desafío, pues la partitura debía ceñirse, salvo en el caso del espectacular prólogo (un danzón mejicano aderezado con el tema de amor) y de los oportunos cortes ambientales, a una serie de melodías que se amoldasen a las estrecheces del trío instrumental. Curiosamente, la edición discográfica fue finalmente una ingeniosa y ambiciosa adaptación orquestal (interpretada por The Boston Pops Orchestra) de cada uno de los clásicos temas de baile que se podían escuchar a lo largo del metraje, tales como una polca, un vals, un charlestón o un tango.
   La siguiente aventura de Kramer fue un nuevo proyecto con el gran actor Spencer Tracy, el cuarto y último, pues fallecería seis meses antes del estreno de Adivina quién viene a cenar esta noche (1967). Sin motivo aparente, no contó con Gold para la escritura del score, sino con Frank DeVol, aunque quizás debido a que por aquel entonces se encontraba en la cresta de la ola gracias a bandas sonoras como Pijama para dos, El vuelo del Fénix o La ingenua explosiva. No obstante, Gold y Kramer retomarían dos años depués la senda de su fructífera colaboración artística con una nueva comedia: El secreto de Santa Vittoria (The secret of Santa Vittoria, 1969). Ambientada a finales de la Segunda Guerra Mundial, en ella Anthony Quinn interpreta a un singular alcalde de un pueblo italiano cuyos viñedos son conocidos por su gran calidad, pero sus envidiados caldos resultan amenazados por una división germana que llega a Santa Vittoria para requisarlos antes de regresar a su país. Tomando como referencia musical la más pura tradición italiana, Gold creó un festivo motivo central inspirado en la tarantela y en el protagonismo de la mandolina como instrumento que simboliza el calor y la alegría de los pueblos meridionales transalpinos. Asimismo, el tema de amor, personificado en la canción 'Stay' (en su doble versión italiana e inglesa), y la línea ambiental a medio camino entre lo popular y lo marcialmente amenazante ('Viva Bombolini', 'Swastika'), constituyen una obra de gran frescura y candidez que supuso su última nominación al Oscar.
   Entre El secreto de Santa Vittoria y la última colaboración con Gold, Más allá del amor, pasarán diez largos años. Kramer vio cómo el público, salvo en el caso de Oklahoma, año 10 (con score de Henry Mancini), le daba la espalda. Largometrajes para televisión de la serie Judgment o para el cine como Bendice a los animales y a los niños o RPM: Revoluciones por minuto (estos últimos con música de Barry de Vorzon y Perry Botkin Jr.), son un escaso y triste bagaje para un cineasta acostumbrado a mayores empresas. Por su parte, Gold tampoco tuvo suerte en la elección de sus películas, sobresaliendo solamente La cruz de hierro, el filme bélico dirigido por Sam Peckinpah en 1977. Por lo tanto, no sería hasta 1979 con Más allá del amor (The runner stumbles) que ambos se reencontraran con la historia del padre Brian Rivard (Dick van Dyke), quien se enamora de una monja (Kathleen Quinlan) y que se convierte en el principal sospechoso tras su asesinato. Un papel dramático para un actor especializado en la comedia, que tuvo escasa repercusión comercial y crítica, ya que se trata en realidad de una película demasiado cercana al formato televisivo. La música de Gold, reposada y genuinamente melodramática, es una creación sencilla cuya mayor virtud es su profunda naturalidad.

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