- Patrick Doyle: 6 de abril de 1953 (Uddingston, Escocia).
- Kenneth Branagh: 10 de diciembre de 1960 (Belfast, Irlanda del Norte).
Orquestadores habituales: Lawrence Ashmore y James Shearmar.
"Yo estaba trabajando como actor en una obra titulada Man equals man, de Bertolt Brecht, y en ella estaba trabajando con un íntimo amigo de Kenneth, a quien le dijo que yo era actor, pero también compositor. Fue pura casualidad que Kenneth estuviera buscando un compositor para su recién creada compañía de teatro Renaissance Feature Company. Así que nos reunimos y todo fue muy bien. Y así fue... Escribí música para una obra y decidí que no quería actuar nunca más. Estaba cansado de actuar y, al ser músico antes que actor, pude volver a mi primer amor". En este fragmento de la entrevista realizada por Sergio Benítez y Óscar Giménez para BSOSpirit, Patrick Doyle expresa no sólo su auténtica pasión por la música sino también las curiosas circunstancias que rodearon su primer encuentro con el actor y director irlandés Kenneth Branagh en 1987, para quien escribió, antes de su primera aventura cinematográfica, las partituras de obras teatrales como Hamlet, Como gustéis o Mirando hacia atrás con ira. En 1989 Branagh, con tan sólo 28 años, emprendió el arriesgado y ambicioso proyecto de llevar a la pantalla grande la pieza de William Shakespeare Enrique V (Henry V), que protagonizaría, adaptaría y dirigiría. Emulando en cierta medida al gran Laurence Olivier, quien ya realizara en 1944 su personal adaptación de dicha obra (primera de una trilogía shakespiriana que tendría su continuidad con Hamlet y Ricardo III), Branagh se puso en la piel del monarca inglés que reinó en el siglo XV y que lideró un ejército con el objetivo de recuperar las posesiones francesas que consideraba como suyas (en realidad, la práctica totalidad de Francia). Para subrayar musicalmente la historia, Kenneth Branagh no dudó en contar con los inestimables servicios de su amigo Patrick Doyle, quien se encontró de manera repentina con la oportunidad de su vida. El músico escocés nunca había escrito música para una película y sería precisamente Enrique V su bautizo cinematográfico. Consciente de unas limitaciones debidas a la falta de experiencia, recurrió al instrumentista Lawrence Ashmore, que será su orquestador habitual durante años y con el que colaborará hasta 1995 con Harry Potter y el Cáliz de fuego. La banda sonora se abre con el enérgico y descriptivo tema 'Opening title: O! For a muse of fire', motivo que marca la línea melódica del score y, en definitiva, de la práctica totalidad de la obra de Doyle, es decir, un sinfonismo de marcada influencia armónica postromántica. A partir de este enfático y significativo prólogo Doyle nos presenta a continuación a su protagonista ('Henry V theme: The boar's head') mediante un reiterativo ostinato que da paso a un leitmotiv elegiaco, y que muestra el innegable carácter entre melancólico y marcial del monarca. Pero Enrique V sobresale más que por su vehemente sentimiento trágico, por su delicado romanticismo, expresado en cortes de sutil heroicidad como 'The death of Falstaff', 'The day is yours' o, muy especialmente, la canción 'Non nobis, Domine', emblema de toda la obra cinematográfica de Patrick Doyle.
Enrique V resultó una ópera prima que, de la noche a la mañana, encumbró a Kenneth Branagh, al que crítica y público bautizó como el nuevo Olivier. Algo muy semejante sucedió con Patrick Doyle, cuya desenvoltura en su primer score sorprendió no sólo a sus compañeros de profesión sino a todos los aficionados al género. Como es obvio en este tipo de casos, todo el mundo esperaba con impaciencia su siguiente proyecto juntos, el cual llegaría dos años después bajo la forma de thriller policiaco. Morir todavía (Dead again, 1991) cuenta la historia de Mike Church, detective angelino especializado en la búsqueda de personas desaparecidas que se ve envuelto en una enrevesada trama protagonizada por una misteriosa mujer que sufre amnesia. Doyle muestra desde el principio sus cartas con el tema que abre la banda sonora, 'Headlines', motivo vigoroso y dinámico que elude la ambientación tradicionalmente jazzística en este tipo de propuestas para centrarse en un academicismo de gran orquesta, que fluye entre tonos bucólicos ('Winter 1948') y enfáticos ('Walk down death row'), sin desdeñar los propios del género que inciden en lo enigmático.
Las dos siguientes producciones de Branagh como realizador, el cortometraje Swang song (con música de Jimmy Juill) y el largo Los amigos de Peter, supusieron una breve pausa hasta la siguiente colaboración, Mucho ruido y pocas nueces (Much ado about nothing, 1993), la segunda incursión en el universo de William Shakespeare. Dejando atrás el componente más dramático del autor inglés, Mucho ruido y pocas nueces supone para Branagh y Doyle la oportunidad de desarrollar sus cualidades como artistas vitalistas. La acción está ambientada en la ciudad italiana de Messina, donde una sociedad cortesana amanerada y exclusivamente preocupada por los placeres mundanos acaba abriendo los abrazos al amor más honesto. Con un reparto de campanillas en el que destacan el propio Branagh, Emma Thomson (su esposa hasta 1995), Kate Beckinsale, Robert Sean Leonard, Keanu Reeves, Michael Keaton y Denzel Wasington (quien interpreta a un inusual Don Pedro de Aragón), la película se ve muy favorecida por el score alegre y desenfadado de Doyle, posiblemente el más emblemático de su fructífera carrera. Desde las canciones 'The picnic' y 'Strike up pipers', que abren y cierran la banda sonora, pasando por cortes como 'Overture', 'The sweetest lady' o 'Hero revealed', Mucho ruido y pocas nueces constituye una pieza musical de envidiable energía y vigor cuya máxima virtud es su frescura melódica.
La aparente fijación de Branagh por la literatura británica tiene su continuidad en su siguiente proyecto, la traslación a la pantalla de la novela de Mary Shelley Frankenstein, bajo el título en esta ocasión en su distribución española de Frankenstein de Mary Shelley (Frankenstein, 1994). Con un desorbitado presupuesto para la época de cerca de 50 millones de dólares, la película fue un relativo éxito comercial, que no crítico. Para Doyle, Frankenstein de Mary Shelley "era un filme enorme con grandes giros dramáticos. Además, fue muy difícil concebir un score que subrayara la esencia de la novela, el dilema entre Victor y la Criatura, sin olvidar todo lo que sucede a su alrededor. Fue difícil también debido a la lentitud del montaje, lo que hizo que mi trabajo fuera muy duro". No obstante, la rigidez de una producción tan ambiciosa no influyó negativamente en el resultado final de la partitura, pues, ante la presión, Doyle dio la mejor de sí mismo componiendo una música cuyo aparente histrionismo es, en el fondo, un inusitado reflejo modélico de lo dramático. Frankenstein de Mary Shelley se sumerge desde sus primeros compases en un ir y venir de tonalidades casi feroces en su sentido trágico de la vida, exponentes fieles de unos personajes víctimas de su propio futuro. Pero no todo se queda en lo puramente sombrío y oscuro, sino que el score también ensalza el romance entre Victor Frankenstein y su esposa Elizabeth ('The wedding night'), un oasis melódico que insufla sentimiento a una obra basada en lo terrorífico.
En 1995 Branagh realizó En lo más crudo del duro invierno, donde volvió a colaborar con el actor y músico Jimmy Juill, y al año siguiente retomó su pasión por Shakespeare (o para las lenguas ambiguas por Laurence Olivier y Orson Welles) con Hamlet (1996). Secundado una vez más por un reparto extraordinario e irrepetible (Kenneth Branagh, Robin Williams, Charlton Heston, Richard Attenborough, Billy Crystal, Julie Christie, Judi Dench, Gérard Depardieu, John Gielgud, Derek Jacobi, Jack Lemmon, Kate Winslet,...), el cineasta norirlandés realizó una fiel adaptación del clásico de la literatura universal que contó con dos versiones, una de 150 minutos y otra mucho más coherente de 242. Patrick Doyle estaba muy familiarizado con la historia, ya que interpretó en su época de actor al personaje de Osric (Robin Williams en el filme). "Llegué a conocer con detalle la obra al interpretarla cada noche, por lo que, cuando llegó el momento de la película, empecé inmediatamente a trabajar con lo que sería la pieza central de score, lo cual encantaba a Kenneth, y también comencé con el tema de Ofelia, que me vino a la cabeza viendo a Kate Winslet mientras rodaba una escena en la que estaba leyenda una carta de Hamlet. Debido a haber vivido tanto tiempo tanto con la obra como con la película, era una cuestión de ver cuánto tiempo me costaría hacer el score, y, aunque al final me costó dos meses escribirlo, fue un proceso que había empezado mucho tiempo atrás". La música, de marcada influencia eslovaca, en especial de compositores como Smetana y Dvorak, es una de las creaciones más emocionales de Doyle en la que la melodía es la protagonista indiscutible. Pese al carácter dramático de la pieza teatral original, la partitura se escabulle entre los recovecos trágicos para desembocar en un mar de suaves y plácidas sonoridades cuyo cromatismo y lucidez parecen querer galantear con el oyente.
Después del esfuerzo artístico y personal que supuso Hamlet, Branagh, ferviente amante de la comedia musical, realizó cuatro años más tarde una original adaptación de una de las comedias tempranas de Shakespeare, Trabajos de amor perdidos (Love's labour's lost, 2000), en esta ocasión a modo de película clásica de los años 30. Recuperando el espíritu de Mucho ruido y pocas nueces, al que añadió unas pinceladas del estilo de Busby Berkeley, la película vuelve a resultar un festín para los sentidos en el que la innegable protagonista es la música. El score incidental de Doyle, ágil y jocoso pero con las oportunas dosis de fino romanticismo, convive armonioso con una sucesión de canciones de autores míticos como Jerome Kern, Cole Porter o George Gershwin, dando como resultado una obra que recobra el alma de un cine que parecía aparcado en el olvido.
La quinta y última adaptación de una obra de William Shakespeare será Como gustéis (As you like it, 2006). Melodrama pastoril con sutiles dosis de comedia, Como gustéis volvió a reunir a un plantel de actores sobresaliente, entre los que destacan Kevin Kline, Alfred Molina, Bryce Dallas Howard y el propio Patrick Doyle, en un pequeño papel (Amiens). Sin embargo, la película no tuvo el reconocimiento que se merecía, pese a su plausible intento por recuperar la pasión por los clásicos. En cuanto a la partitura, Doyle demuestra una vez más su inagotable capacidad melódica y nos brinda todo un recital romántico en el que el violín se erige como protagonista y símbolo, a la vez, del triunfo del amor. Temas como 'Violin romance', 'I love Aliena' o la canción 'A lover and his lass' conforman una banda sonora sin claroscuros, plena de brillantez y alegría.
Tras uno de los fracasos comerciales más sonados de Branagh, la adaptación (una más) de la ópera de Mozart La flauta mágica (2006), el director británico se enfrascó en uno de los proyectos que siempre deseó realizar: La huella (Sleuth, 2007). Amante de la versión de Laurence Olivier de 1972, Branagh recupera el brillante texto de Anthony Shaffer, así como a uno de los dos protagonistas de la anterior película, Michael Caine, quien en esta ocasión interpreta el papel que realizó con anterioridad Olivier. El score de Doyle, a años luz del entretenido divertimento compuesto en el año 72 por John Addison, es una creación aparentemente sencilla que toma la forma clásica de variaciones sobre un tema, interpretada para la ocasión por un cuarteto de cuerdas. La mencionada simplicidad huye del componente burlesco de la versión de Laurence Olivier y se aproxima a un intento muy consciente de resaltar el carácter opresivo y misterioso de la trama. No es quizás una de sus piezas más notables, pero sí un intento loable de desmarcarse de lo predecible.
Con Thor (2011) continúa el ciclo de colaboraciones entre Patrick Doyle y Kenneth Branagh. Sorprende que una superproducción de más de 150 millones de dólares de presupuesto acabara en manos del cineasta norirlandés, habituado más a filmes de relativa modestia económica. No obstante, su experiencia en el megaproyecto Frankenstein de Mary Shelley fue la llave que le abrió las puertas de los Estudios de Hollywood para llevar a buen puerto Thor. Según cuenta Doyle en una entrevista concedida a Daniel Schweiger, "es la película más ambiciosa que he hecho desde Frankenstein. Soy un gran fan de la ciencia-ficcción, de la mitología y, en especial, del universo Marvel, así que fue muy emocionante poder componer el score de Thor. (...) Estoy muy familiarizado con el mundo del personaje, ya que es parte de una mitología que incluye el ciclo de Richard Wagner y el anillo de la cultura escandinava, de la que he tomado parte de mi inspiración. Además, está muy entrelazada con mis propios antecedentes celtas, que poseen su propia mitología". El principal reto para Doyle fue la creación de unas melodías que tuvieran el carisma y la grandeza que requería la película. Para ello realizó una estructuración del score en dos partes: por un lado, los temas más sinfónicos y épicos (centrados en el mundo de Asgard), y, por otro, los motivos electrónicos dominados por la percusión (vinculados a la Tierra). Thor es asimismo un score profundamente influenciado por la corriente MediaVentures coordinada por Hans Zimmer, aunque la energía y vigor de Doyle, aparte de su probada personalidad, hacen de la obra una banda sonora muy consciente de la realidad musical actual, pero con las tenues pinceladas del saber hacer de un artista de gran capacidad inventiva.
Jack Ryan: Operación Sombra (Jack Ryan: Shadow recruit, 2014) es una nueva incursión en el universo del novelista Tom Clancy y un nuevo paso en el camino emprendido por ambos cineastas caracterizado por su vinculación al cine más comercial y aparatoso. El score se rinde, como en cierta manera lo hacía Thor, al poder de un Hollywood obsesionado con la taquilla más que nunca y, en especial, con las producciones de acción ilimitada. Por desgracia, Doyle parece querer emular (o imitar) el estilo de autores como Hans Zimmer, Trevor Ravin o David Arnold, perdiendo gran parte de su personalidad artística en favor de recursos musicales dominados por la más previsible percusión electrónica y dejando escasos momentos a su brillante estilo melódico. Tan solo en cortes como 'Ryan, Mr. President' Doyle nos devuelve a la lucidez de antaño, una isla en un mar de confusión incidental.
Un año después de la irregular Jack Ryan: Shadow recruit, Doyle y Branagh dan un giro de 180 grados y aceptan el reto de Disney de adaptar uno de los clásicos animados más emblemáticos: Cenicienta. En esta ocasión dejamos atrás la versión dibujada para recrear el fantástico mundo de Charles Perrault en imagen real. De nuevo una joven desvalida, una madrastra de maldad icónica, unas hermanastras a la par en malicia, un padre en estado de hipnosis mental y un hada rodeada de personajes pintorescos son los acompañantes de Ella, la protagonista en busca del amor perfectamente edulcorado. Como no podía ser de otra manera, el score de Doyle se rinde ante lo obvio, es decir, los tonos delicados y casi aterciopelados que, en el fondo, son un sincero y plausible homenaje a la tradición clásica centroeuropea. Así, Cenicienta (Cinderella, 2015) se convierte, gracias al toque de la varita mágica del músico escocés, en un camino lleno de referencias a la familia Strauss, con sus melodías coreografiadas que recuperan, por fortuna, al mejor Doyle, aunque, eso sí, un tanto alejado de su antaño reconocible etiqueta tonal. Un viaje, en definitiva, al mundo de los sueños de nuestra infancia gracias a un autor que ha sabido adaptarse al tono Disney sin abusar de los excesos de azúcar.
Enrique V resultó una ópera prima que, de la noche a la mañana, encumbró a Kenneth Branagh, al que crítica y público bautizó como el nuevo Olivier. Algo muy semejante sucedió con Patrick Doyle, cuya desenvoltura en su primer score sorprendió no sólo a sus compañeros de profesión sino a todos los aficionados al género. Como es obvio en este tipo de casos, todo el mundo esperaba con impaciencia su siguiente proyecto juntos, el cual llegaría dos años después bajo la forma de thriller policiaco. Morir todavía (Dead again, 1991) cuenta la historia de Mike Church, detective angelino especializado en la búsqueda de personas desaparecidas que se ve envuelto en una enrevesada trama protagonizada por una misteriosa mujer que sufre amnesia. Doyle muestra desde el principio sus cartas con el tema que abre la banda sonora, 'Headlines', motivo vigoroso y dinámico que elude la ambientación tradicionalmente jazzística en este tipo de propuestas para centrarse en un academicismo de gran orquesta, que fluye entre tonos bucólicos ('Winter 1948') y enfáticos ('Walk down death row'), sin desdeñar los propios del género que inciden en lo enigmático.
Las dos siguientes producciones de Branagh como realizador, el cortometraje Swang song (con música de Jimmy Juill) y el largo Los amigos de Peter, supusieron una breve pausa hasta la siguiente colaboración, Mucho ruido y pocas nueces (Much ado about nothing, 1993), la segunda incursión en el universo de William Shakespeare. Dejando atrás el componente más dramático del autor inglés, Mucho ruido y pocas nueces supone para Branagh y Doyle la oportunidad de desarrollar sus cualidades como artistas vitalistas. La acción está ambientada en la ciudad italiana de Messina, donde una sociedad cortesana amanerada y exclusivamente preocupada por los placeres mundanos acaba abriendo los abrazos al amor más honesto. Con un reparto de campanillas en el que destacan el propio Branagh, Emma Thomson (su esposa hasta 1995), Kate Beckinsale, Robert Sean Leonard, Keanu Reeves, Michael Keaton y Denzel Wasington (quien interpreta a un inusual Don Pedro de Aragón), la película se ve muy favorecida por el score alegre y desenfadado de Doyle, posiblemente el más emblemático de su fructífera carrera. Desde las canciones 'The picnic' y 'Strike up pipers', que abren y cierran la banda sonora, pasando por cortes como 'Overture', 'The sweetest lady' o 'Hero revealed', Mucho ruido y pocas nueces constituye una pieza musical de envidiable energía y vigor cuya máxima virtud es su frescura melódica.
La aparente fijación de Branagh por la literatura británica tiene su continuidad en su siguiente proyecto, la traslación a la pantalla de la novela de Mary Shelley Frankenstein, bajo el título en esta ocasión en su distribución española de Frankenstein de Mary Shelley (Frankenstein, 1994). Con un desorbitado presupuesto para la época de cerca de 50 millones de dólares, la película fue un relativo éxito comercial, que no crítico. Para Doyle, Frankenstein de Mary Shelley "era un filme enorme con grandes giros dramáticos. Además, fue muy difícil concebir un score que subrayara la esencia de la novela, el dilema entre Victor y la Criatura, sin olvidar todo lo que sucede a su alrededor. Fue difícil también debido a la lentitud del montaje, lo que hizo que mi trabajo fuera muy duro". No obstante, la rigidez de una producción tan ambiciosa no influyó negativamente en el resultado final de la partitura, pues, ante la presión, Doyle dio la mejor de sí mismo componiendo una música cuyo aparente histrionismo es, en el fondo, un inusitado reflejo modélico de lo dramático. Frankenstein de Mary Shelley se sumerge desde sus primeros compases en un ir y venir de tonalidades casi feroces en su sentido trágico de la vida, exponentes fieles de unos personajes víctimas de su propio futuro. Pero no todo se queda en lo puramente sombrío y oscuro, sino que el score también ensalza el romance entre Victor Frankenstein y su esposa Elizabeth ('The wedding night'), un oasis melódico que insufla sentimiento a una obra basada en lo terrorífico.
En 1995 Branagh realizó En lo más crudo del duro invierno, donde volvió a colaborar con el actor y músico Jimmy Juill, y al año siguiente retomó su pasión por Shakespeare (o para las lenguas ambiguas por Laurence Olivier y Orson Welles) con Hamlet (1996). Secundado una vez más por un reparto extraordinario e irrepetible (Kenneth Branagh, Robin Williams, Charlton Heston, Richard Attenborough, Billy Crystal, Julie Christie, Judi Dench, Gérard Depardieu, John Gielgud, Derek Jacobi, Jack Lemmon, Kate Winslet,...), el cineasta norirlandés realizó una fiel adaptación del clásico de la literatura universal que contó con dos versiones, una de 150 minutos y otra mucho más coherente de 242. Patrick Doyle estaba muy familiarizado con la historia, ya que interpretó en su época de actor al personaje de Osric (Robin Williams en el filme). "Llegué a conocer con detalle la obra al interpretarla cada noche, por lo que, cuando llegó el momento de la película, empecé inmediatamente a trabajar con lo que sería la pieza central de score, lo cual encantaba a Kenneth, y también comencé con el tema de Ofelia, que me vino a la cabeza viendo a Kate Winslet mientras rodaba una escena en la que estaba leyenda una carta de Hamlet. Debido a haber vivido tanto tiempo tanto con la obra como con la película, era una cuestión de ver cuánto tiempo me costaría hacer el score, y, aunque al final me costó dos meses escribirlo, fue un proceso que había empezado mucho tiempo atrás". La música, de marcada influencia eslovaca, en especial de compositores como Smetana y Dvorak, es una de las creaciones más emocionales de Doyle en la que la melodía es la protagonista indiscutible. Pese al carácter dramático de la pieza teatral original, la partitura se escabulle entre los recovecos trágicos para desembocar en un mar de suaves y plácidas sonoridades cuyo cromatismo y lucidez parecen querer galantear con el oyente.
Después del esfuerzo artístico y personal que supuso Hamlet, Branagh, ferviente amante de la comedia musical, realizó cuatro años más tarde una original adaptación de una de las comedias tempranas de Shakespeare, Trabajos de amor perdidos (Love's labour's lost, 2000), en esta ocasión a modo de película clásica de los años 30. Recuperando el espíritu de Mucho ruido y pocas nueces, al que añadió unas pinceladas del estilo de Busby Berkeley, la película vuelve a resultar un festín para los sentidos en el que la innegable protagonista es la música. El score incidental de Doyle, ágil y jocoso pero con las oportunas dosis de fino romanticismo, convive armonioso con una sucesión de canciones de autores míticos como Jerome Kern, Cole Porter o George Gershwin, dando como resultado una obra que recobra el alma de un cine que parecía aparcado en el olvido.
La quinta y última adaptación de una obra de William Shakespeare será Como gustéis (As you like it, 2006). Melodrama pastoril con sutiles dosis de comedia, Como gustéis volvió a reunir a un plantel de actores sobresaliente, entre los que destacan Kevin Kline, Alfred Molina, Bryce Dallas Howard y el propio Patrick Doyle, en un pequeño papel (Amiens). Sin embargo, la película no tuvo el reconocimiento que se merecía, pese a su plausible intento por recuperar la pasión por los clásicos. En cuanto a la partitura, Doyle demuestra una vez más su inagotable capacidad melódica y nos brinda todo un recital romántico en el que el violín se erige como protagonista y símbolo, a la vez, del triunfo del amor. Temas como 'Violin romance', 'I love Aliena' o la canción 'A lover and his lass' conforman una banda sonora sin claroscuros, plena de brillantez y alegría.
Tras uno de los fracasos comerciales más sonados de Branagh, la adaptación (una más) de la ópera de Mozart La flauta mágica (2006), el director británico se enfrascó en uno de los proyectos que siempre deseó realizar: La huella (Sleuth, 2007). Amante de la versión de Laurence Olivier de 1972, Branagh recupera el brillante texto de Anthony Shaffer, así como a uno de los dos protagonistas de la anterior película, Michael Caine, quien en esta ocasión interpreta el papel que realizó con anterioridad Olivier. El score de Doyle, a años luz del entretenido divertimento compuesto en el año 72 por John Addison, es una creación aparentemente sencilla que toma la forma clásica de variaciones sobre un tema, interpretada para la ocasión por un cuarteto de cuerdas. La mencionada simplicidad huye del componente burlesco de la versión de Laurence Olivier y se aproxima a un intento muy consciente de resaltar el carácter opresivo y misterioso de la trama. No es quizás una de sus piezas más notables, pero sí un intento loable de desmarcarse de lo predecible.
Con Thor (2011) continúa el ciclo de colaboraciones entre Patrick Doyle y Kenneth Branagh. Sorprende que una superproducción de más de 150 millones de dólares de presupuesto acabara en manos del cineasta norirlandés, habituado más a filmes de relativa modestia económica. No obstante, su experiencia en el megaproyecto Frankenstein de Mary Shelley fue la llave que le abrió las puertas de los Estudios de Hollywood para llevar a buen puerto Thor. Según cuenta Doyle en una entrevista concedida a Daniel Schweiger, "es la película más ambiciosa que he hecho desde Frankenstein. Soy un gran fan de la ciencia-ficcción, de la mitología y, en especial, del universo Marvel, así que fue muy emocionante poder componer el score de Thor. (...) Estoy muy familiarizado con el mundo del personaje, ya que es parte de una mitología que incluye el ciclo de Richard Wagner y el anillo de la cultura escandinava, de la que he tomado parte de mi inspiración. Además, está muy entrelazada con mis propios antecedentes celtas, que poseen su propia mitología". El principal reto para Doyle fue la creación de unas melodías que tuvieran el carisma y la grandeza que requería la película. Para ello realizó una estructuración del score en dos partes: por un lado, los temas más sinfónicos y épicos (centrados en el mundo de Asgard), y, por otro, los motivos electrónicos dominados por la percusión (vinculados a la Tierra). Thor es asimismo un score profundamente influenciado por la corriente MediaVentures coordinada por Hans Zimmer, aunque la energía y vigor de Doyle, aparte de su probada personalidad, hacen de la obra una banda sonora muy consciente de la realidad musical actual, pero con las tenues pinceladas del saber hacer de un artista de gran capacidad inventiva.
Jack Ryan: Operación Sombra (Jack Ryan: Shadow recruit, 2014) es una nueva incursión en el universo del novelista Tom Clancy y un nuevo paso en el camino emprendido por ambos cineastas caracterizado por su vinculación al cine más comercial y aparatoso. El score se rinde, como en cierta manera lo hacía Thor, al poder de un Hollywood obsesionado con la taquilla más que nunca y, en especial, con las producciones de acción ilimitada. Por desgracia, Doyle parece querer emular (o imitar) el estilo de autores como Hans Zimmer, Trevor Ravin o David Arnold, perdiendo gran parte de su personalidad artística en favor de recursos musicales dominados por la más previsible percusión electrónica y dejando escasos momentos a su brillante estilo melódico. Tan solo en cortes como 'Ryan, Mr. President' Doyle nos devuelve a la lucidez de antaño, una isla en un mar de confusión incidental.
Un año después de la irregular Jack Ryan: Shadow recruit, Doyle y Branagh dan un giro de 180 grados y aceptan el reto de Disney de adaptar uno de los clásicos animados más emblemáticos: Cenicienta. En esta ocasión dejamos atrás la versión dibujada para recrear el fantástico mundo de Charles Perrault en imagen real. De nuevo una joven desvalida, una madrastra de maldad icónica, unas hermanastras a la par en malicia, un padre en estado de hipnosis mental y un hada rodeada de personajes pintorescos son los acompañantes de Ella, la protagonista en busca del amor perfectamente edulcorado. Como no podía ser de otra manera, el score de Doyle se rinde ante lo obvio, es decir, los tonos delicados y casi aterciopelados que, en el fondo, son un sincero y plausible homenaje a la tradición clásica centroeuropea. Así, Cenicienta (Cinderella, 2015) se convierte, gracias al toque de la varita mágica del músico escocés, en un camino lleno de referencias a la familia Strauss, con sus melodías coreografiadas que recuperan, por fortuna, al mejor Doyle, aunque, eso sí, un tanto alejado de su antaño reconocible etiqueta tonal. Un viaje, en definitiva, al mundo de los sueños de nuestra infancia gracias a un autor que ha sabido adaptarse al tono Disney sin abusar de los excesos de azúcar.