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sábado, 28 de enero de 2012

Capítulo 16: Howard Shore y David Cronenberg (1979-2011)



  • Howard Shore: 18 de octubre de 1946 (Toronto).
  • David Cronenberg: 15 de mazo de 1943 (Toronto).
Orquestador habitual: Howard Shore.


   Es muy difícil encontrar en el mundo del cine una pareja tan fiel a la amistad y a la honestidad artística como la formada por los canadienses Howard Shore y David Cronenberg. Sin la menor duda, ambos cineastas constituyen un caso aparte dentro de la Industria debido a su constante afán por la experimentación y, en especial, a la incesante evolución en positivo de su arte. Dos carreras intachables, no siempre bien comprendidas por el gran público, que se han unido para formar un tándem de indisoluble integridad.
  Cronenberg es un director muy leal a un estilo influenciado por la controvertida literatura de William S. Burroughs (El almuerzo desnudo) y Vladimir Nabokov (Lolita). Sus guiones recorren, sin el tradicional pudor del Hollywood clásico, todos los intrincados recovecos de la psicología humana, en un camino con frecuencia tortuoso que incide en lo más oscuro de las relaciones personales y cuya preferencia por el contenido en detrimento de la forma refuerza un lenguaje notablemente literario. La influencia durante su infancia y juventud de un ambiente familiar profundamente intelectual (su padre era escritor y periodista, y su madre pianista), marcó su posterior devenir como autor preocupado por la temática humanística. Es cierto que sus primeras incursiones cinematográficas (dos cortometrajes a los que siguieron los largos StereoCrimes of the future, Vinieron de dentro de..., Rabia y Fast company) reflejan una preferencia un tanto juvenilmente ingenua por los géneros del terror y la ciencia-ficción, con sus sutiles referencias sexuales, pero dichas incursiones, que le abrieron paulatinamente las puertas de los productores canadienses, ya son una muestra muy significativa de su posterior estilo mucho más académico (dentro de lo experimental). No obstante, pese al relativo éxito de Vinieron de dentro de..., no sería hasta Cromosoma 3 (The brood, 1979), que David Cronenberg empezara a sentir el sabor del reconocimiento crítico y público. Además, la película protagonizada por Oliver Reed y Samantha Eggar supuso que conociera al que sería desde entonces (salvo la excepción en 1983 de la adaptación de la novela de Stephen King La zona muerta, con score de Michael Kamen) su compositor habitual: su compatriota Howard Shore. 
   Tras una peculiar aventura profesional de cuatro años en el show humorístico de la NBC Saturday Night Live (de 1975 a 1979), el músico nacido en Toronto tuvo con Cromosoma 3 la oportunidad de firmar su segundo score para la gran pantalla tras el irrelevante thriller de 1978 I miss you, hugs and kisses. La historia del psiquiatra Hal Raglen, inventor de una terapia especial para el tratamiento de psicópatas que desemboca en un frenesí de horror, sirve a Shore para desarrollar una partitura iniciática que se muestra como un homenaje más o menos involuntario a la música inarmónica de Bernard Herrmann, en especial Psicosis. Escrita para orquesta de cuerda, Cromosoma 3 es una creación obsesiva y reiterativa que revela ya el posterior lenguaje melódico de Shore, muy centrado en los subrayados inquietantes y profundamente ambientales. De hecho, la ausencia de un tema central carismático, al menos en su primera etapa como compositor, refuerza su idea de que la música no debe situarse nunca por encima de la historia.
   Con su siguiente película, Scanners (1981), Cronenberg regresa al cine de terror y ciencia-ficción, en esta ocasión escribiendo un argumento centrado en una raza de humanos, los scanners, dotados con extraños poderes mentales que son capaces de controlar violentamente a los demás. El score de Shore reitera la temática anterior de motivos estridentes y de cargada atonalidad, ahora acentuados con el dudoso carisma de los instrumentos electrónicos. Aunque utiliza elementos orquestales tradicionales, Scanners da prioridad a unos efectos creados por sintetizadores que recurren al ostinato de manera demasiado ofuscadora.
 Considerada por Andy Warhol como La naranja mecánica de los 80, Videodrome (1983) es un nuevo intento por parte del realizador canadiense de dar otra vuelta de tuerca a sus géneros predilectos, horror y ciencia-ficción. Tomando el mundo del vídeo y de la televisión como referente temático, pero desde una perspectiva cercana a la crítica social, Cronenberg perfecciona su escritura (no olvidemos que suele ser el autor de todos los guiones) e incide en su fascinación por las atmósferas oscuras y turbadoras. El personaje interpretado por James Woods se sumerge en un mundo en el que realidad y ficción coexisten, y para potenciar la sensación de angustia la música de Howard Shore sacude las mentes y los oídos de los atribulados espectadores mediante toda una sucesión de fantasmagóricas sonoridades electrónicas (una vez más), en un conjunto un tanto deslavazado aunque no incoherente.
   Pese a la escasa repercusión internacional de Videodrome, Cronenberg fue llamado por la Paramount el mismo año de 1983, y más en concreto por el afamado productor italiano Dino de Laurentiis, para filmar la adaptación de la novela de Stephen King La zona muerta. Debido a cuestiones contractuales, Cronenberg no pudo contar con Shore para la elaboración de la banda sonora, siendo finalmente el joven músico neoyorquino Michael Kamen el encargado de componerla. La notoriedad del filme abrió definitivamente las puertas de Hollywood a Cronenberg, pero su siguiente proyecto (tras malograrse su participación en Desafío total) no llegaría hasta tres años después. De nuevo sería la llamada de un productor de renombre, Mel Brooks (El hombre elefante, Frances), la que le ofrecería la oportunidad de llevar a la gran pantalla el anhelado proyecto del remake del clásico de 1958 La mosca. La nueva versión homónima, La mosca (The fly, 1986), que recibiría un merecido Oscar al mejor maquillaje, supuso el mayor éxito de taquilla hasta el momento para David Cronenberg (40 millones de dólares sólo en Estados Unidos, sobre un presupuesto de 15), parte de cuyo mérito es debido al enérgico score de un recuperado Howard Shore. Para describir la historia de Seth Brundle, científico que experimenta con la teletransportación y termina por ser trágica víctima de sus investigaciones, el músico canadiense firma su obra más ambiciosa hasta la fecha. Apoyándose en una instrumentación de firmes cimientos clasicistas muy cercanos incluso a lo operístico, y en especial en la sólida interpretación de la Orquesta Filarmónica de Londres, la partitura nos muestra a un Shore especialmente motivado en una escritura que esté acorde con las exigencias de una superproducción hollywoodiense. La mosca se abre con el vistoso 'Main title', un tema al más puro estilo de la época dorada (no en vano la película es un intento de recuperar la serie B de los años 50 pero trasladándola a una categoría superior). Tomando como punto de partida este prólogo revelador, y motivo central y recurrente del resto del score, Shore recrea con singular pericia la desventurada existencia de Brundle a través de una obra cuyo desarrollo temático se configura in crescendo hasta un epílogo de fulgurante majestuosidad.
   Tras el episodio Faith healer de la serie televisiva Misterio para tres, que contó con la música del compositor habitual de la misma, Fred Mollin (Viernes 13 VII, VIII), Cronenberg se zambulló en 1988 en la que sería su obra más personal hasta la fecha: la adaptación de la novela de Bari Wood y Jack Geasland Inseparables (Dead ringers, 1988). El filme tiene como protagonistas a dos ginecólogos (interpretados de manera magistral por Jeremy Irons) que son hermanos gemelos, quienes, en su neurosis obsesiva a la hora de compartir todo su mundo, acaban enamorándose de la misma mujer, una paciente en realidad. Sin embargo, el vínculo que les une se resquebraja a partir de dicho momento, desembocando en un descenso personal a lo más oculto y perverso del lado humano. Tan singular trama sólo podía contar con el talento de Howard Shore para describir musicalmente la introversión y la degradación de dos individuos cuya enfermedad se muestra como una metáfora de la inmoralidad social. En Inseparables compone una banda sonora que evita la ampulosidad de La mosca para centrarse en unos ritmos mucho más pausados que parecen querer esconderse en la psicología de los dos hermanos protagonistas. A través de melodías alejadas de lo retórico, en las que la fragilidad se respira a cada instante, Shore zigzaguea entre lo tenebroso y lo sentimental en un vaivén de constante armonía, siendo especialmente sobresaliente su lírico tema principal, uno de los más bellos de su filmografía.
   En 1990 Cronenberg regresó a la televisión con sendos episodios de la serie creada por George Jonas Scales of justice, Regina vs. Logan y Regina vs. Horvath, resultando la única colaboración catódica con Shore, y, por lo demás, la menos representativa de sus respectivas carreras. 
   La vuelta a la gran pantalla se produciría un año después con la adaptación de la polémica y surrealista novela de su escritor de cabecera, William S. Burroughs, El almuerzo desnudo (Naked lunch, 1991). Calificada de obra maestra a la vez que de filme excesivamente pretencioso, El almuerzo desnudo incide en la obcecación de Cronenberg por describir universos kafkianos más allá de la realidad. En este caso la historia se centra en Bill Lee, escritor adicto a las drogas que sufre horribles alucinaciones que le hacen sumirse en el más abisal de los decaimientos. Howard Shore regresa a sus juveniles orígenes como músico en los que el jazz impregnaba su vida artística, y compone un score de sugerentes tonalidades jazzísticas cuyo protagonista es el saxofón del gran Ornette Coleman. Acompañado por la Orquesta Filarmónica de Londres, habitual desde La mosca en gran parte de sus bandas sonoras posteriores, Coleman y Shore se integran con singular sutilidad en un mundo de apariencias caóticas, en el que el instrumento solista se sitúa como álter ego del personaje interpretado por Peter Weller. Calidez y frialdad, tonalidad y atonalidad, convergen en constante cadencia a lo largo de toda la partitura, símbolos perfectos de lo ilusorio.
   M. Butterfly (1993) podría parecer a simple vista una simple traslación de la ópera de Giacomo Puccini Madama Butterfly, estrenada en 1904. Pero tratándose de David Cronenberg toda apariencia es puro espejismo. Así, M. Butterfly, adaptación en realidad de la pieza teatral homónima de David Henry Hwang (autor también del guion), constituye un filme sorprendente en su original adaptación al romanticismo. Basada en hechos reales, la historia de amor entre un diplomático francés y una diva de la ópera que le oculta su sexualidad, M. Butterfly nos muestra a un Howard Shore diametralmente opuesto a sus sonoridades opacas y desacordes. Las referencias a la música original de Puccini son de una sutileza inigualable; notas falsamente perdidas que conviven con las creadas para la película y que toman como héroes instrumentales al arpa, como solista principal, y a la sección de cuerda, que aporta serenidad y melancolía. De esta manera, evita el que habría sido un recurso predecible (componer meros arreglos) y se centra en la escritura de una partitura apasionada y plena de armonía.
   La pasión por la literatura de Cronenberg tiene su nuevo exponente en Crash (1996), adaptación de la intensa novela homónima de J.G. Ballard (El imperio del sol). Atípica historia llena de morbosidad, violencia y provocación, Crash sumerge al espectador en un mundo en el que el sexo y los accidentes de coches forman una desasosegante relación íntima. Como es obvio, la música se encuentra a años luz de la temática amorosa; Shore recrea un mundo ambivalente mediante el empleo de música sintetizada y de guitarras eléctricas que simbolizan lo violento, lo agresivo. Y aunque en determinadas escenas de sexo explícito una dulce flauta insinúa placidez, es tan sólo una alucinación creativa aislada en un mar de disonancias.
   Con eXistenZ (1999) Cronenberg vuelve a filmar un guion original (no la hacía desde Videodrome), y retomando su amor por el thriller de ciencia-ficción narra la historia de Allegra Geller (Jennifer Jason Leigh), una diseñadora de videojuegos que crea uno en el que los usuarios no pueden distinguir entre realidad y ficción. Pese a determinados aciertos en su desarrollo, el filme naufraga en su deseo de ser ambicioso, acabando por resultar poco convincente. La música, además, peca de reiterativa en su afán de resultar efectiva. Cuerdas chirriantes y atonalidad obsesiva caracterizan un score muy funcional pero escasamente representativo en perspectiva.
   Tras el irrelevante cortometraje de seis minutos Camera (2000), Shore y Cronenberg se citan de nuevo en Spider (2002), traslación de la oscura novela de Patrick McGrath, autor a su vez del guion original, que narra la historia de Spider, un enfermo mental recién salido del psiquiátrico que regresa a su hogar, donde va reproduciendo paulatinamente episodios dramáticos de su infancia. Ganadora de varios premios, entre los que destacan el de mejor película de terror en el International Horror Guild, mejor director para la Asociación de Directores de Canadá o mejor score en el Festival de Cine de Gante (Premio Georges Delerue), Spider es una obra cinematográfica y musical perturbadora e inquietante. Por un lado, destaca la incisiva dirección de Cronenberg, quien abandona lo retórico para centrarse en lo minimalista, pero sin resultar ni estridente ni demasiado intelectual. Por otro, la música de Shore repite estructuras melódicas de sus creaciones de género, aunque en esta ocasión las dota de un singular aire clásico que hace de la banda sonora una rara avis dentro del panorama contemporáneo.
   Una historia de violencia (A history of violence, 2005) es una adaptación de la novela gráfica diseñada y escrita por John Wagner y Vince Locke. En ella Tom y Edie Stall forman una pareja común que vive en un apacible pueblo de Indiana, cuyas vidas sufrirán un giro dramático al descubrirse el turbio pasado de Tom. Cine de atmósfera turbadora que bebe de las fuentes del western a la hora de describir la violencia mencionada en el título. Shore firma un score dividido en dos partes claramente diferenciadas: una centrada en el componente familiar (tradicional y hasta cierto punto poética), y otra de oscuras pretensiones melódicas que subraya a la perfección el componente agresivo de la acción.
   El mundo de la mafia rusa londinense es retratado con maestría en su siguiente proyecto: Promesas del este (Eastern promises, 2007). Apoyado en la solvencia del guion escrito por Steven Knight, Cronenberg nos muestra una realidad muy cercana a su filme anterior, en la que la violencia y la pacífica rutina familiar conviven en una distancia que parece desconocer el inevitable encuentro. Shore, encumbrado internacionalmente gracias a sus tres Oscar por La comunidad del anillo y El retorno del rey, es ya un autor mucho más implicado en las obras alejadas de lo atonal, pese a que su estilo, en el fondo, muestra preferencia por los motivos ásperos. En el caso de Promesas del este el lánguido violín solista de Nicola Benedetti y la familiar Orquesta Filarmónica de Londres le acompañan en un viaje a la cultura musical rusa, en el que tradición y vanguardia coexisten sin fricción. Una vez más, sentimiento y violencia (las paradojas de su vida artística) se asientan en intrigante concordia, personificándose en un emotivo concierto para violín y orquesta que anuncia en su sentido de lo clásico, con mayor o menor perspicacia, su score para Un método peligroso (A dangerous method, 2011)
   Basada en la novela de John Kerr, en ella se relata la vertiginosa relación entre los psiquiatras Sigmund Freud y Carl Jung, y Sabina Spielrein, paciente de este último. La película recrea con elegancia la Viena de principios de siglo y, pese a los altibajos en el desarrollo argumental, resulta una película lúcida y contenida. En cuanto a la partitura, Shore se decanta por lo más evidente, es decir, la recreación musical inspirada en los grandes clásicos románticos. Beethoven, Schubert, Liszt, Berlioz o Chopin parecen pasear por los jardines de Un método peligroso como fantasmas de un pasado cuya belleza nunca desaparece. Un dulce y triste piano solista y su orquesta acompañan con refinamiento a unos personajes atribulados y víctimas de sus propias obsesiones. Obra de intuición (no en vano Shore afirma que "la primera clase de composición es la intuición") y de belleza serena, Un método peligroso constata además la idea del propio autor de que "a medida que mi música va tomando forma, se transforma desde una impresión inicial hasta la expresión final". 
   En 2012 Cosmópolis retoma las obsesiones personales de Cronenberg a la hora de adaptar la excéntrica novela de Don DeLillo en la que se describen las consecuencias del desmedido capitalismo actual a través de la figura de un joven multimillonario al que el aparente caos socioeconómico parece dominarle. La partitura de Shore, en colaboración con el grupo canadiense de pop sintetizado Metric, recrea un universo lleno de claroscuros a través de melodías electrónicas opresivas y angustiosas, muy alejadas de lo tonal y que toman de las disonancias su sentido más aparentemente anárquico.
   La última colaboración hasta la fecha la constituye Maps to the stars (2014), cuento moderno que tiene como tema central la obstinación por mantener o conseguir la popularidad a toda costa. El mundo opresivo, una vez más en Cronenberg, y en este caso del Hollywood actual, sirve a Shore para recrear la línea estilística de la anterior Cosmópolis, acentuando los perfiles atonales y sintetizados que buscan, casi con desesperación, el desasosiego en el espectador. Es pues una obra que no quiere acomodarse a los cánones más tradicionales del género melodramático y que busca, mediante la reiteración, incomodar e inquietar.