lunes, 26 de diciembre de 2011

Capítulo 8: Miklós Rózsa y Billy Wilder (1943-1978)


  • Miklós Rózsa: 18 de abril de 1907 (Budapest, Austria-Hungría, hoy Hungría) - 27 de julio de 1995 (Los Ángeles).
  • Billy Wilder: 22 de junio de 1906 (Sucha, Austria-Hungría, hoy Polonia) - 27 de marzo de 2002 (Los Ángeles).
Orquestadores habituales: Eugene Zador y Miklós Rózsa.


   Miklós Rózsa y Billy Wilder son dos perfectos ejemplos de lo que aportó la cultura europea al cine de Hollywood. La lista de artistas del viejo continente resulta tan extensa y fructífera que su cantidad  merecería por sí sola la realización de un libro en exclusiva. En el caso de Rózsa y Wilder, ambos cineastas han contribuido con su talento a iluminar un arte, el séptimo, que es símbolo de enriquecedora conjunción por aunar todos en uno.


   Billy Wilder fue en su juventud un apasionado periodista que entró en el mundo del cine a través de la adaptación en 1931 de la novela de Erick Kästner Emil and the detectives, pero la llegada y posterior ascención de Adolf Hitler le obligó a abandonar Berlín debido a sus orígenes judíos, y recabar en París, donde realizaría su debut como director con Curvas peligorsas (Mauvaise graine) en 1934. Sin embargo, su espíritu inquieto, además de la creciente presión política, le impulsaron a cruzar el océano Atlántico y trasladarse a California, curiosamente en compañía del actor Peter Lorre, con quien compartiría durante un tiempo apartamento. Su primer reconocimiento no llegaría hasta 1939 con el guion original de Ninotchka, éxito que le abriría de par en par las puertas de los estudios y la consiguiente oportunidad de volver a dirigir, lo cual tuvo lugar tres años después con El mayor y la menor (The major and the minor, 1942), una interesante comedia protagonizada por Ginger Rogers y Ray Milland. Sería el comienzo de una carrera fulgurante como guionista y realizador en la que sobresalen con luz propia joyas como Días in huella (The lost weekend), El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard), Con faldas y a lo loco (Some like it hot), El apartamento (The appartment) o Primera plana (The front page). Desde el punto de vista musical, Wilder colaboró con algunos de los compositores más importantes de la época dorada de Hollywood, como Franz Waxman en El crepúsculo de los dioses y El héroe solitario (The Spirit of St. Louis), Adolph Deutsch en Con faldas y a lo loco y El apartamento, o André Previn en Irma,la dulce (Irma,la douce), Uno,dos,tres (One,two,three), En bandeja de plata (The fortune cookie) y Bésame,tonto (Kiss me, stupid). Pero, independientemente de la calidad de los scores mencionados, la colaboración que se ha distinguido por su significación es la mantenida con el compositor húngaro Miklós Rózsa, con el que mantuvo una relación peculiar debido al distanciamiento entre sus dos etapas: 1943-45 / 1970-78.



   Miklós Rózsa creció en el seno de una familia acomodada en Budapest, lo cual le abrió la posibilidad de realizar desde muy joven estudios avanzados de música. Su carácter decidido le lleva a la ciudad alemana de Leipzig, desde donde acabará trasladándose a París debido a la mediación del compositor Marcel Dupré. Allí conocerá a Arthur Honegger, quien le introduce en el mundo del cine. Pero no será hasta que se traslade a Londres cuando acabará perfeccionando su estilo. Gracias al productor Alexander Korda le llega su primer proyecto de importancia: La condesa Alexandra (Knight without armour), un drama de corte histórico protagonizado por Marlene Dietrich y Robert Donat en 1937. Su oportunidad definitiva no tardaría en llegar; sería tres años después con la superproducción inglesa El ladrón de Bagdad (The thief of Bagdad). La importancia de su escritura hace que deba desplazarse a Hollywood, donde acabará quedándose en resto de su vida, y en la que compartirá, con mayor o menor estoicismo, sus dos grandes pasiones: la música de cine y la música de concierto. El título de su autobiografía resume a la perfección esta dualidad: A double life (Una doble vida).
   Rózsa puede ser definido, junto a Bernard Herrmann, como el compositor cinematográfico más carismático de la historia del cine. Su estilo marcadamente melodramático posee una fuerte personalidad y demuestra, en su innegable originalidad, que su ingenio se sitúa más allá de toda previsibilidad. Su filmografía, compuesta por casi un centenar de bandas sonoras, es modelo de majestuosidad y belleza, sobresaliendo obras maestras como Forajidos (The killers), Quo vadis, Recuerda (Spellbound), Ben-Hur, El Cid o Rey de Reyes (King of Kings). Su colaboración con Billy Wilder, como se menciona con anterioridad, se estructuró en dos distanciadas etapas: por una parte, Cinco tumbas al Cairo (Five graves to Cairo), Perdición (Double indemnity) y Días sin huella (The lost weekend (1943-45), y por otra, La vida privada de Sherlock Holmes (The private life of Sherlock Holmes) y Fedora (1970-78).
   Cinco tumbas al Cairo (Five graves to Cairo, 1943) supone la tercera película como realizador de Billy Wilder, y en ella se describe un episodio de la Segunda Guerra Mundial en el norte de África, contando con un singular Erich von Stroheim como general Rommel. El score de Rózsa está construido bajo las raíces que marcarán siempre el lenguaje musical del compositor húngaro, es decir, una melodía introductoria enfática y un desarrollo melódico posterior en el que se combinan los motivos románticos y aquellos centrados en el subrayado dramático de la acción.
   Al año siguiente Wilder y el novelista Raymond Chandler unieron sus plumas para firmar uno de los guiones más sugerentes de la década de los 40: Perdición (Double indemnity, 1944). Para describir musicalmente la historia de un agente de seguros seducido por una mujer fatal para que asesine a su marido y se beneficie de la póliza, Miklós Rózsa empleó un leitmotif principal a ritmo cercano al réquiem que evoluciona hacia lo lírico. Pero su visión poética dista mucho, en el fondo, de desear mostrar un romance basado en la honestidad; es un lirismo que anuncia la tragedia en una progresión cuya sobriedad tiene un epílogo de sórdida, casi negra, inquietud. 


   Double indemnity supuso su sexta nominación al Oscar, pero la estatuilla no tardaría en llegar, pues un año después la recibiría gracias a su score para Días sin huella (The lost weekend, 1945) (1945) (con posterioridad ganaría dos más: Doble vida (A double life) en 1948 y Ben-Hur en 1960). La película de Wilder, ganadora a su vez de 4 premios de la Academia, es un emocionado melodrama sobre el alcoholismo, y para evocar la pesadilla de esta enfermedad Rózsa recurrió al aire etéreo que aporta el theremín, instrumento electrónico que ya utilizó como protagonista del filme de Alfred Hitchcock Recuerda. En esta ocasión, su presencia otorga a la acción una especie de aureola casi sobrenatural que resalta con su carácter insinuante un mundo de pesadilla opresora. No obstante, Días sin huella es una frustrante historia de amor, y Rózsa la describe a través de un motivo de intensa delicadeza, testigo impotente de una realidad que busca con desesperación la felicidad.
   Los caminos de Rózsa y Wilder no volvieran a cruzarse hasta 25 años después. El realizador polaco siempre fue un admirador de la obra de concierto de Rózsa, y en particular de su Concierto para violín y orquesta, opus 24, compuesto en 1953. Cuando a finales de los años 60 consiguió financiación para llevar a la gran pantalla una de las aventuras de Sherlock Holmes, contactó con el compositor húngaro para que escribiese la partitura de la película, demandándole que utilizara como tema central el primer movimiento de su concierto. Fue el origen de la música de La vida privada de Sherlock Holmes (The private life of Sherlock Holmes, 1970). Por desgracia, la película fue un estrepitoso fracaso comercial (en Estados Unidos sólo recaudó una décima parte de su importante presupuesto), pese a tratarse de una estimable adaptación de la obra de Conan Doyle. En cuanto al score, Rózsa no se limitó a realizar una mera sucesión de variaciones sobre el 'Allegro non troppo ma passionato', sino que desarrolló una amplia gama de matices melódicos que juegan con el romance y el suspense de manera muy contenida, y que contribuyeron en gran medida a ensalzar un filme ya de por sí encomiable.
   La última colaboración tuvo lugar ocho años después y, por supuesto, se trató de nuevo de un melodrama romántico: Fedora (1978). Narrado utilizando la técnica del flash-back, en cierta manera como hizo con El crepúsculo de los dioses, Fedora es un intento relativamente fallido de recuperar el aliento del Hollywood clásico, y para ello quién mejor que Miklós Rózsa, que elaboró un score intenso y algo ampuloso cuyo retoricismo en lugar de perjudicar a la película hizo que se realzase su tono académico. Un epílogo quizás no demasiado brillante, por resultar previsible en su forma, pero sí entrañable en su inconsciente espíritu melancólico.


PS: Artículo dedicado a Juliet Rózsa.


   
   

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