- Alberto Iglesias: 1955 (San Sebastián).
- Pedro Almodóvar: 24 de septiembre de 1949 (Calzada de Calatrava, Ciudad Real).
Orquestador habitual: Alberto Iglesias.
Pedro Almodóvar, por su parte, es también un icono de nuestro cine. Nacido en el seno de una humilde familia ciudadrealeña, no será hasta que cumpla los 28 años que su mundo dé un giro definitivo gracias a su llegada a Madrid, donde entrará en contacto con la celebérrima 'movida madrileña', siendo miembro del grupo teatral Los Goliardos, en el que conocerá a los actores Carmen Maura y Félix Rotaeta, además del grupo punk-glam rock Almodóvar y McNamara (imagen), que alcanzó cierta notoriedad a principios de los años 80. Su bautizo cinematográfico en forma de largo lo constituirá el irreverente filme rodado en súper 8 Folle...folle...fólleme, Tim! (1978), al que seguirá dos años después el no menos descarado Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, producido en gran parte gracias a aportaciones de sus amigos. Sin embargo, el reconocimiento crítico y popular le llegará con su película ¿Qué he hecho yo para merecer esto! (1984), a la que seguirán Matador (1986) y La ley del deseo (1987), siendo esta última la primera producción de El Deseo, que acabará convirtiéndose con el paso de los años en la productora nacional de mayor reputación en España. Desde el punto de vista musical, Almodóvar siempre ha mostrado un gran interés por la inclusión en sus filmes de canciones tradicionales de la cultura anglosajona y muy especialmente de la hispanoamericana, aunque también sobresale su colaboración con Bernardo Bonezzi (en la imagen, a la derecha), compositor con el que trabajará en cuatro películas que van desde 1982 hasta 1988: Laberinto de pasiones (compuesta cuando tan sólo tenía 18 años), ¿Qué he hecho yo para merecer esto!, Matador y Mujeres al borde de un ataque de nervios. Pero el matrimonio acabó en ruptura debido a las típicas y tópicas diferencias irreconciliables. En palabras del propio Bonezzi, "No fue una relación fácil. Justo al revés. De hecho, tras estas películas decidí dar por terminada nuestra colaboración. La diferencia de criterios era muy grande; en aquel momento me era muy difícil trabajar en contra de lo que sentía. Ahora soy más flexible". Tras el músico madrileño, y ya encumbrado por un sinfín de premios internacionales (en especial la nominación al Oscar por Mujeres al borde de un ataque de nervios), Almodóvar vio abiertas todas las puertas que conducen al éxito, lo cual le permitió en sus siguientes proyectos contar con compositores de indudable prestigio como Ennio Morricone en 1990 (Átame!, cuya música fue maltratada en la sala de montaje pues no era del agrado del director manchego) y Ryuichi Sakamoto en 1991 (Tacones lejanos, de nuevo injuriada en la edición en beneficio de las inevitables canciones populares tan del gusto de Almodóvar). Quizás por los temores surgidos en la comunidad de compositores cinematográficos tras las negativas experiencias de Morricone y Sakamoto, quizás por un sutil tono ególatra del director por imponer sus criterios musicales en forma de selección más o menos lúcida de canciones ligeras, oportunamente acompañadas de temas incidentales clásicos, la siguiente aventura para la gran pantalla, Kika (1993), no contó con música original. El relativo fracaso crítico de la cinta suscitó en Almodóvar la duda, y para su posterior trabajo, La flor de mi secreto (1995), no dudó en volver a contratar a un autor celtíbero, en este caso el músico vasco Alberto Iglesias. La historia de la escritora de novela rosa, Leo Macías (interpretada por una sublime Marisa Paredes), perdida en un cruce de caminos emocional en el que se mezclan el desamor y el compromiso profesional, es descrita musicalmente mediante la perfecta combinación del score original de Iglesias, que toma la forma de pequeñas piezas para orquesta de cámara, y las canciones de Bola de nieve, Caetano Veloso, Miles Davis y Chavela Vargas. Así, el fuego y la pasión de la música americana de los dos hemisferios se conjuntan armónicamente con una partitura que, aunque juegue con el calor, por ejemplo, del tango, prefiere servir de eficaz acompañante afectivo mediante oportunos y fugaces brillos incidentales que nunca se sitúan por encima de la historia y que se amoldan, en el fondo, a las preferencias de un realizador que, a partir de ahora, huirá de los caprichos gracias a las excelencias de un músico sin ego.
"Alberto Iglesias es el único artista maravilloso que conozco sin problemas de ego". Estas palabras de Pedro Almodóvar, extraídas del disco de La mala educación son, en realidad, un perfecto exponente de la oposición de dos autores obsesionados con la búsqueda de la renovación artística. Pero más allá de disquisiciones personales, ambos constituyen la esencia del cine español contemporáneo gracias a su incuestionable valía como cineastas y, sobre todo, a su innegable reconocimiento internacional.
Alberto Iglesias es autor de más de 40 títulos entre cortometrajes y largometrajes. Nominado al Oscar y al Bafta en tres ocasiones (El jardinero fiel, Cometas en el cielo y El topo), y ganador de la apabullante cifra de diez premios Goya (La ardilla roja, Tierra, Los amantes del Círculo Polar, Todo sobre mi madre, Lucía y el sexo, Hable con ella, Volver, Los abrazos rotos, También la lluvia y La piel que habito), el artista donostiarra cuenta con una formación que incluye estudios de piano, composición, contrapunto y música electrónica. Aparte de sus partituras para el séptimo arte, es conocido a su vez como autor de piezas de ballet, destacando las creadas para la Compañía Nacional de Danza (Cautiva, Self). De estilo marcadamente académico, sus influencias son amplias, en especial las obras de, entre otros, Alex North, Bernard Herrmann, Claude Debussy, Éric Satie, Dmitri Shostakovich y Olivier Messiaen. Así, sus composiciones caminan casi siempre entre senderos que van desde un sutil atonalismo a un clasicismo melódico muy próximo al neoclasicismo, siempre partiendo de la premisa de que lo primordial es la búsqueda de nuevas experiencias en el arte. Sus primeros scores, de apariencia muy sencilla y de gran fuerza expresiva, son el perfecto arquetipo al que Iglesias rinde una especie de tributo y que servirá de cimiento a la práctica totalidad de su obra posterior. Bandas sonoras como Luces de bohemia o La ardilla roja son testigos de ello.
El amor de Almodóvar por el cine negro tiene un buen exponente en Carne trémula (1997), erótico melodrama de género que cuenta con un carismático reparto, como, por otra parte, será la tónica de su filmografía, encabezado por unos emergentes Javier Bardem y Penélope Cruz, además de Francesca Neri, Liberto Rabal, José Sancho, Pilar Bardem y Ángela Molina. Iglesias vuelve a decantarse por la cuerda, dando un especial protagonismo a la guitarra portuguesa y a la mandolina, que aportan el tono afligido que exige la trama. Es un score más elaborado, de tonos que oscilan entre lo amargo y lo dulce, cuya principal virtud es la sencillez de sus tonalidades. Y siguiendo la tradición, Almodóvar introduce un buen número de canciones de sus estilos predilectos, en especial el flamenco, las rancheras y los boleros, que sugieren con su cálida presencia que la vida es puro frenesí emocional.
Si algo caracteriza la obra de Pedro Almodóvar es su transgresión, pero no desde la vulneración de los cánones estilísticos en los que, en el fondo, se apoya (el cine de autores como Berlanga, Buñuel, Deray, Hitchcock, Rossellini o Fellini, el teatro de Mihura y Arniches, además del cómic underground), sino desde la huida de lo meramente comercial o superficial. Con Todo sobre mi madre (1999) Almodóvar tocó el Olimpo gracias a su Oscar a la mejor película en habla no inglesa, pero también a galardones como su Globo de Oro, a sus 7 Goyas, a su Palma al mejor director en Cannes o su Bafta (dirección y película extranjera), entre otros muchos. La tragedia de Manuela (Cecilia Roth) que ve aterrorizada cómo su hijo adolescente muere al intentar conseguir el autógrafo de su ídolo, la actriz Huma Rojo (Marisa Paredes), es dibujada con trazo fino y tenue por un Almodóvar que se decanta por una mezcla de géneros afines a su idiosincrasia, es decir, el melodrama, el negro y el costumbrista. Para describir este atormentado universo que toma como base los temas de la maternidad, la muerte y la familia, quién mejor que un Alberto Iglesias en estado de gracia componiendo un score de marcados y cálidos tonos jazzísticos. Consciente del amor de su realizador por la obra de Alfred Hitchock y de su compositor de cabecera, el inmortal Bernard Herrmann, Iglesias cede con placer ante la sugerencia de Almodóvar y crea una obra a medio camino entre la perspicacia del compositor neoyorquino y sus debilidades musicales centradas en las melodías populares españolas y americanas. Ambos son conocedores del enorme poder emotivo de dichas melodías, que aportan no sólo sensibilidad sino un acercamiento a la humanidad de los personajes, auténticos pilares de toda buena historia. En palabras de Iglesias, "cada personaje en sus historias es dueño de su destino, aunque éste le juegue malas pasadas y no consiga a veces sus propósitos, pero siempre tiene un dominio en el que se puede mover libremente y es responsable de todas las cosas que hace. La música es también otro actor más, con esas mismas responsabilidades, de expresar plenamente las emociones....".
Hable con ella (2002) es, posiblemente, el filme que más alegrías ha aportado a Pedro Almodóvar, no sólo porque supuso un más que merecido Oscar al mejor guión original, sino porque se trata de un largometraje de gran madurez creativa que seduce desde sus primeros fotogramas. Cuatro personajes centrales, Benigno, Marco, Alicia y Lydia, cuyas vidas cruzadas acaban desembocando en un desenlace pleno de esperanza, muy a pesar de las diversas tragedias que no podrán sortear. La banda sonora original se sitúa un peldaño por encima de las incursiones diegéticas en forma de las inevitables canciones con aires brasileños (Caetano Veloso, Tom Jobim, Vinicius de Moraes), conformando una obra sugerente y marcadamente dramática, pero sin esconder sus eficaces dosis de vaporoso romanticismo. Iglesias juega con la tradición popular en un paseo lúdico en el que confluyen el flamenco, el fandango, el bolero y hasta los pasodobles, sin olvidar la magia del bolero, todo ello desde una perspectiva clásica orquestalmente hablando. Destaca el tema que da título al cortometraje El amante menguante (un sincero homenaje por parte de Almodóvar al cine de la época muda), un estudio para cuarteto de cuerda que demuestra la capacidad lúdica de un autor siempre dispuesto a la experimentación, siempre en busca de nuevas experiencias pues cada película "es una nueva vida, una nueva creación".
Tras la luz que supuso Hable con ella llegaron dos años después las tinieblas de La mala educación (2004), oscuridad dentro de la propia película en relación a su dura temática y fuera de la misma, pues su estreno coincidió con los atentados del 11 de marzo en Madrid (aunque la productora El Deseo se vio obligada a posponerlo). Arriesgada y valiente, La mala educación recrea con solvencia el sombrío mundo de la enseñanza católica en la época franquista, en cierta forma con tintes autobiográficos (Almodóvar estudió de adolescente en Cáceres con los padres franciscanos y salesianos). Pese a sus altibajos y a sus excesos en el retoricismo erótico, el filme sobrevive gracias a un ingenioso guión, a una dirección llena de referencias clásicas pero innovadora en su conjunto y, en especial, a un emotivo score que rinde homenaje a la obra del maestro Bernard Herrmann, y en concreto al estilo intensamente romántico y trágico de Vértigo. De nuevo la cuerda actúa como protagonista de la instrumentación, como perfecto acompañante de las emociones de los atribulados personajes. También sobresalen el tema 'Carta del más allá (Homenaje a Elgar)', que en su título ya indica su admiración por el academicismo del genio británico y, por extensión, de los grandes autores europeos del siglo XX, y las piezas de corte religioso, como su 'Kyrie', que resultan llamativamente irónicas en su ambivalencia.
El reconocimiento del público y de la crítica retornaron con gran intensidad gracias al carisma de Volver (2006), por la que Almodóvar volvió, nunca mejor dicho, a ser profeta en su tierra gracias a sus 5 premios Goya, entre ellos los de mejor película y mejor director. El director homenajea el mundo de su infancia, esa Mancha de pueblo llena de tradiciones centenarias y cuya principal belleza se encuentra en el candor de sus mujeres. Auténtico tour de force interpretativo para todas sus actrices, de entre las que destacan Penélope Cruz (nominada al Oscar), Carmen Maura, Lola Dueñas y Blanca Portillo, Volver recupera al Almodóvar costumbrista amante de lo popular y el humor de raíces folclóricas. Alberto Iglesias firma su obra maestra, reconocida internacionalmente por sus arreglos para orquesta interpretados en las más prestigiosas salas de concierto. Es una obra que recupera su amor por la música española y sus ricos matices tonales hacen de ella un ejemplo modélico de partitura descriptiva que se rinde ante la fuerza vital de los personajes femeninos. Iglesias va mucho más allá de una creación incidental y compone una partitura de gran melancolía en la que los instrumentos no son meros acompañantes de la acción, sino que actúan en armonía con ella conformando un conjunto de increíble solidez artística. Para el autor, "aunque la película hable de La Mancha, me parece que todo en ella es agua y estremecimiento", sacudida que hace latir con fuerza nuestros corazones.
Los abrazos rotos (2009) reúne de nuevo al dúo Cruz y Almodóvar en un filme que parece el compendio de toda la filmografía del realizador manchego de los últimos diez años. La historia del escritor Mateo Blanco (Lluís Homar), ciego debido a un infeliz accidente de coche en compañía del amor de su vida, Lena (Penélope Cruz), parece la descripción del álter ego del propio Almodóvar, empecinado en narrar un universo de claroscuros en el que la luminosidad del amor no consigue dejar traslucir la esperanza. El score, reiterativo aunque sólido, insiste en su mecánica descriptiva apoyada en la fuerza de una orquesta de cámara sinuosa y sagaz. No destaca por su capacidad de sorpresa pero sí por su coherencia temática.
La penúltima colaboración entre Pedro Almodóvar y Alberto Iglesias es la polémica y libre adaptación de la novela Tarántula, del escritor francés Thierry Jonquet, titulada La piel que habito (2011). Antonio Banderas interpreta a un impasible y enigmático doctor Robert Ledgard, cirujano plástico que experimenta en busca de una nueva piel que revolucione la medicina, encontrando una involuntaria cobaya humana en la persona de un joven que supuestamente ha maltratado a su hija. La música de Iglesias se rinde definitivamente a las excelencias del estilo hermaniano, pero siempre desde un respeto que se traduce en una pieza sinfónica de firmes y poderosas raíces. Los temas dejan de ser excesivamente breves y el músico donostiarra parece poder disfrutar, por fin, de la posibilidad de crear cortes extensos, casi en algún caso (como el tema 'Duelo final') en forma de suite. De esta manera, la composición describe con mayor libertad el devenir infausto de unos protagonistas expuestos no sólo a la tragedia sino al mismísimo horror. Obra pues oscura y lóbrega, pero que no huye de los destellos de vitalidad tímbrica.
El último escalón hasta el momento lo constituye Los amantes pasajeros (2013), retorno de Almodóvar a sus orígenes como cineasta más proclive a mostrar su lado burlesco, en este caso centrado en un accidentado vuelo hacia Ciudad de Méjico en el que viajan una serie de estrafalarios pasajeros, por lo demás típicos en su filmografía, que, ante la dramática situación en la que se ven inmersos, destapan todo lo más íntimo de sus atribuladas vidas, excusa perfecta para lucir el lado más sarcástico y surrealista de Almodóvar. Por su parte, Alberto Iglesias se decanta por un score en el que deambulan sin rubor Bernard Herrmann y Henry Mancini, pero eso sí, con su propio e inconfundible sello en el que prima la conjunción entre ligereza y profundidad tonal. No se trata, sin embargo, de una banda sonora que destaque en su obra, pues el músico donostiarra parece no sentirse muy cómodo ante el tono cáustico del guión y acaba por dibujar una partitura poco luminosa en su conjunto.
Artículo dedicado a Daniel García Franciso, gran amigo y mejor amante...del buen cine, se entiende.